La Jornada Semanal,   domingo 23 de junio del 2002                      núm. 381

Ignacio Hernández

El maestro Chucho Reyes Ferreira

Los afanes de coleccionista y anticuario, ocupaciones vitales de Chucho Reyes, hicieron de las casa que habitó –la paterna en Guadalajara, sita en la calle Morelos enfrente de la iglesia de Jesús María, y la de la calle Milán en la colonia Juárez de la capital– una combinación de taller, bazar y museo; lugares de peculiar y fascinante conformación no sólo por su exquisito decorado, que el propio artista diseñaba, sino también por la cantidad y variedad de objetos que acopiaban. Esta faceta de su personalidad, íntimamente relacionada con la vocación del pintor –recuérdese que sus “papeles embarrados” funcionaron inicialmente como envolturas de piezas del anticuario–, fue recreada por el poeta tapatío Elías Nandino y el crítico alemán Paul Westheim, quienes lo retratan respectivamente en su entorno jalisciense y capitalino. 


LA REDACCIÓN

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
el gusto por la muerte y el amor por las flores.

Carlos Pellicer

Si cambiáramos algunas palabras de los anteriores versos de Pellicer, y si en lugar de "el pueblo mexicano", pusiéramos "Chucho Reyes", tendríamos la pista segura para caracterizar una vertiente significativa de su arte. En efecto, sus niñas muertas, pintadas, como todo lo suyo, sin intenciones de realismo, casi diríamos con piedad cristiana, retomando esa costumbre enternecedora de nuestras gentes que, cuando se les muere un infante ("un angelito", le dicen, y procuran no llorarlo conformándose con la alegría de creerlo en el cielo) lo visten con sus mejores galas y le ofrendan flores en inmaculados ataúdes de aristas festonadas.

Sus calaveras floridas, no emperifolladas, sin protagonismos de crítica social –como las de otro de nuestros artistas, esencial como él: José Guadalupe Posada, a quien, por otra parte, reconocería haberle antecedido en esta búsqueda–, sino expuestas en actitudes graciosas, realizando contorsiones de saltimbanqui, circenses, lejos de todo patetismo, como sus cristos, vestidos de encajes y olanes, esplendentes, aunque estragados y chorreando sangre.

Nada más lejos de la repetición o el autoplagio, su prolífica obra tuvo temática de ideas fijas y fuentes populares, que recreó motivos de un mexicanismo innegable, pero ausentes de folklore ramplón, y sin el menor asomo de esa pretensión de "recobrar las raíces de nuestra nacionalidad" que fue lo peor del muralismo. Reyes Ferreira, por cierto, admiraba incondicionalmente a Orozco.

Su bestiario, como todo lo suyo, de un colorido desbordante, comprende caballos, tigres y leones (otra vez animales circenses). Si bien denotan influencia de la artesanía tradicional del juguete mexicano, también ostentan una originalidad formal y cromática irreprochable. Al respecto, Juan Soriano ha opinado: "Lo popular le inventa a él y él inventa lo popular. Es, al mismo tiempo, fuente y mar."

Sin embargo, no podríamos decir que tuvo una temática limitada. A los anteriores temas hay que añadir los cuadros de sus encantadoras muñecas-prostitutas, que tituló con el popular reclamo prostibulario de Pasa güero; los enigmáticos monjes y retratos de santos; Adanes y Evas, desnudos, solos o lanzados del paraíso por el arcángel de flamígera espada; los querubines y ángeles, algunos diabólicos o diablos angelicales (como se quiera); payasos en los que es posible rastrear con mayor certidumbre su filiación expresionista; ecuyéres, amazonas circenses cuyas aéreas evoluciones sobre el caballo desdeñan la ley de la gravedad; ramas de innumerable variedad de flores; naturalezas muertas y hasta una serie de "eróticos", entre otros. Tiene también varios cuadros con el título de Va a empezar la función, con fondo escenográfico, bajo encortinados teatrales, que nos recuerdan su sabiduría escénica. Don Jesús, amigo de la conocida vedette Tórtola Valencia, diseñaba la coreografía de sus espectáculos.

Mención aparte merecen sus famosos gallos, gozosos en el pavoneo de su brío, erguidos y retadores, inquietos y bullentes, de plumaje colorido y llameante, como si el espacio que ocuparan pudiera apenas contenerlos. Sí, con una belleza fulgurante que participa de la condición dinámica del fuego.

Hijo de don Buenaventura Reyes y Zavala y doña Felipa Ferreira Flores, don Jesús Reyes Ferreira nació en Guadalajara, Jalisco, en octubre de 1882. Formado en la casa familiar por un padre estrictísimo, apenas concluyó la educación elemental, abandonó los estudios y, aunque sin necesidad económica alguna, pues siempre gozó de una posición desahogada, inició su formación plástica como ayudante ocasional en talleres de platería, donde aprendió cómo se fundía el metal precioso y más tarde encargó trabajos en plata con diseños de su autoría, que todavía conserva su sobrino David. También visitaba carpinterías y ebanisterías, en las cuales obtuvo las primicias de una sabiduría que luego daría sus mejores frutos cuando se convirtió en experto anticuario. Su primer trabajo plástico fue el de decorador de escaparates en una tienda de artículos de arte en su ciudad natal, lo que le permitió, si bien constreñido por las exigencias comerciales, iniciar el ejercicio de una de las imaginaciones pictóricas más poderosas de todos los tiempos que hayan nacido en nuestro país.

En Guadalajara también cobraría fama como decorador de más amplios espacios: salones de fiestas e iglesias (para matrimonios o bautizos de las mejores familias tapatías) y hasta plazas de toros. En esa ciudad se inició en el difícil oficio de anticuario. Envolvía las piezas que vendía en papeles de china donde había coloridos dibujos de su mano, que luego buscaban sus clientes y se los pedían, ya no como meras envolturas sino como creaciones independientes.

Muertos sus padres, se trasladó a la capital, domiciliándose en una casa señorial de la colonia Juárez, donde vivió con sus hermanas Antonia y María. De aquella época, un testimonio de su paisano, el ya citado Juan Soriano: "La persona que más me marcó fue Chucho Reyes Ferreira, ¡tan amigo y tan sencillo! La vida en su taller era muy agradable, sin compromisos. Fue un excelente maestro sin proponérselo... Su vida, su casa, sus hermanas, sus amigos, me enseñaron más que si hubiera ido a la escuela."

Su casa siempre estuvo abierta a múltiples y célebres amigos, entre los cuales se contaban los poetas Carlos Pellicer y Salvador Novo; los historiadores Justino Fernández y Edmundo O’Gorman; los pintores Juan Soriano, Raúl Anguiano, Xavier Guerrero, Jorge Enciso, Diego Rivera, Frida Kahlo, Siqueiros, Juan O’Gorman; los arquitectos Barragán y Goeritz y su galerista Inés Amor; así como los anticuarios Manuel Romero de Terreros y Luis Sánchez Navarro.

Cuando Marc Chagall vino a México para montar la escenografía del ballet Aleko, Reyes Ferreira lo visitó en el escenario de Bellas Artes para obsequiarle algunas de sus creaciones plásticas, que él llamaba humildemente "papeles". El pintor ruso las extendió sobre las tablas y admirado agradeció el regalo. Le dijo: "Tú eres el Chagall mexicano", elogio más que merecido.

Dueño de una curiosidad y avidez intelectual ejemplar e infatigable, su influencia en la cultura del país abarcó otros campos de la creación, como certeramente comentó Mathias Goeritz: "Mucho se ha hablado sobre el hecho de que se debe a Chucho Reyes –por lo menos en parte– el reconocimiento de que hoy goza el arte popular mexicano en su propio país y en el mundo. Sin embargo demasiado poco se ha dicho sobre la influencia que dejó en la arquitectura. Ésta ha sido considerable. Debido a su estrecha amistad con algunos representantes sensibles de esta disciplina, que en la época decisiva de su carrera le tenían gran respeto, ‘el maestro’ –así lo llamaban muy justificadamente– fue llevado a muchas obras desde su iniciación. Se convirtió en consejero estético, y aunque no siempre sus ideas atrevidas y a veces ‘imposibles’ llegaron a la realización, sus proposiciones fueron escuchadas siempre con gran interés. Lo que los arquitectos no podían dejar de admirar en él, no era solamente su sentido infalible para los colores, materiales y texturas; terminaron por deberle aun más por sus ideas plásticas y su instinto de los volúmenes y espacios."

Su sobrino David era un niño cuando a veces, al salir de la escuela, se encontraba a don Jesús cargado de bultos y se acomedía a ayudarle, para acompañarlo a su casa. Según nos cuenta, "gozaba al entrar y ver las cosas nuevas que se integraban a las maravillas existentes. La tía María ya había muerto. No la recuerdo bien. De la que sí me acuerdo es de la tía Toñita. Llegué a acompañarlos cuando ella se puso muy grave y murió al poco tiempo, así que me quedé de compañero de mi tío". David nos relata el método de trabajo del artista: "Había días en que pintaba desde muy temprano y continuaba hasta que la luz natural se lo permitía. Nunca pintó en caballete. En el patio, luego de preparar sus colores, pues él hacía sus propias mezclas, extendía sus papeles de China en una mesa del patio y pintaba con placer evidente, pues sólo pintaba por el placer de hacerlo."

Autodidacta, con taimada pero verdadera modestia, don Jesús nunca aceptó ser llamado pintor. "Yo no pinto, embarro", decía. Así, no tuvo que sujetarse a regla alguna y fue la libertad su única consigna. Llegó a la edad de noventa y cinco años, con un optimismo ejemplar. Su secreto, él mismo lo confesaba a quien quería saberlo: "Una vida feliz, tener ilusiones y muchos pendientes."


Chucho Reyes se movía en esa casa erguido y sonriente como si fuera un rey en medio de sus súbditos. Con el dedo índice señalaba el objeto sobre el cual quería llamar la atención y enseguida hacía la historia de cómo lo había conseguido. Todo le era familiar y lo consideraba como parte indivisible de su existencia. Conocía a ojo cerrado el lugar en donde estaba cada cosa y, sin titubear, ya sacaba de un cofre una mascarita de jade o de una alacena un tecolote de madera. Era contagiante la alegría con que hilaba la descripción de sus hallazgos y hablaba con el mismo interés al mostrar una delicada figura de marfil que al enseñar un primitivo juguete de barro. Para él no había jerarquía entre sus objetos, porque consideraba que cada uno de ellos poseía una peculiar belleza.

 ELÍAS NANDINO


Maestro en las artes ilusorias, Jesús Reyes Ferreira resume en sus “papeles” con certera intuición y gracia inaudita, muchas actitudes contemporáneas. Su mundo es el circo de la vida, en que los ángeles, muertos y payasos descubren: al de pluma vestido mexicano.
 

JUSTINO FERNÁNDEZ


Lo popular le inventa a él y él inventa lo popular. Es al mismo tiempo fuente y mar. Jesús Reyes Ferreira ha sido un gran maestro para mí y para muchos jóvenes jaliscienses que gracias a él hemos aprendido a ver la pintura de nuestro país y la del mundo entero en una lección de sensibilidad auténticamente mexicana.

JUAN SORIANO


Cuando entramos en su casa de Milán, estremecida de sol a sol por el fragor de los coches y camiones, y cuando se ha cerrado tras nosotros el viejo portón colonial, nos creemos traspuestos a otro mundo. En todas partes, en el zaguán, en el patio –con su vegetación tupida, con sus flores que, andando el tiempo, han llegado a parecerse a las flores de los “papeles”–, en las escaleras, en los cuartos –en donde cuando hace muchos años lo visité por primera vez, el ojo tenía que penetrar el mágico claroscuro de las velas–, en todos los lugares de esa casa encantada, hay colgadas, erguidas, acostadas y, sobre todo, revueltas, cosas y cositas encantadoras, originales o simplemente simpáticas. Obras y objetos creados alguna vez en alguna parte de México: arte prehispánico, arte colonial, arte moderno y arte popular de ayer y de siempre. Cristos e ídolos y santos, cerámicas, objetos de vidrio, de paja, de marfil, juguetes y coronas de espinas y flores de papel. Centenares de cuadros y objetos amorosamente reunidos y conservados por don Chucho. Objetos en que la fantasía artística del mexicano ha plasmado, poéticamente, “formas que la naturaleza no puede crear”, para recordar una vez más a Goethe. Una jungla. No es un museo, tampoco propiamente una colección. Es una Jauja de la imaginación artística. Y es el ambiente adecuado, el único verosímil para un hechicero.

PAUL WESTHEIM


Es difícil definir el arte de Chucho Reyes: diríamos que es la espontaneidad misma, una espontaneidad puesta al servicio de esa gracia que tanto contribuye a la belleza de vivir.

Enrique F. Gual


¿Un pintor folklorista? ¡De ninguna manera! Eso sería una aberración: Jesús Reyes Ferreira es un auténtico y gran creador de raíz popular. Mas creador que no inventa un estilo popular o retrospectivista como todos los formalistas de hoy... Sino que el estilo popular le sale de adentro, del cuerpo, de la emoción y no del intelecto o la cabeza. Así es Mexicano en forma integral y un ejemplo de estética para todos nosotros.

DAVID ALFARO SIQUEIROS


Mucho se ha hablado sobre el hecho de que se debe a Chucho Reyes –por lo menos en parte– el reconocimiento de que hoy goza el arte popular mexicano en su propio país y en el mundo. Sin embargo demasiado poco se ha dicho sobre la influencia que dejó en la arquitectura. Ésta ha sido considerable. Debido a su estrecha amistad con algunos representantes sensibles de esta disciplina, que en la época decisiva de su carrera le tenían gran respeto. “El Maestro”, así le llamaban, fue llevado a muchas obras desde su iniciación. Se convirtió en consejero estético, y aunque no siempre sus ideas atrevidas y a veces “imposibles” llegaron a la realización, sus proposiciones fueron escuchadas siempre con gran interés. Lo que los arquitectos no podían dejar de admirar en él, no era solamente su sentido infalible para los colores, materiales y texturas; terminaron por deberle aún más por sus ideas plásticas y su instinto de los volúmenes y los espacios.

MATHIAS GOERITZ

VER Y TOCAR

Para complacerse y para complacer, ver y tocar. Ver para tocarlo con los ojos y para saber, por la luz, su ubicación perfecta. Pero la luz se maneja con las manos moviendo o movilizando el objeto. Nada es posible sin ver. La música misma no es otra cosa sino una secuencia de imágenes sonoras. En el laboratorio, con frecuencia, para ver se necesitan los colorantes. El astrónomo para determinar ciertos rayones estelares necesita verlos a la luz del calcio. No es posible pensar sin antes ver. Toda la historia de la cultura está basada en el sentido de la vista. De noche, caemos. De día, volamos. ¿Y el tacto? Sencillamente tocar es consecuencia de ver. Hay todo un mundo de luces que va de los ojos a las manos. El orden nace de la vista y se realiza por el tacto. El ciego que gritaba desesperado y con fe, quería no sólo ver sino verlo. Y vio la luz, la verdad y el camino, siguió a Nuestro Señor dando gritos de luz. El que ve, sabe lo que hace. Esto es difícil pero se logra. Y Jesús Reyes Ferreira sabe lo que hace. Porque se identifica con todo lo que lo rodea. Porque lo que sus manos tocan es siempre hermoso o nos descubre la belleza de lo que nos parece que no tiene. Dotado de una percepción instantánea, nos señala con unas cuantas sílabas la esencia misma de la cosa. Pocos hombres aman y se complacen en la belleza como él. Un día cualquiera se le ocurrió pintar sobre papel de China y operó, así nada más, un acto de magia. En sus payasos –pintura de pintura–, o en sus gallos –temas en ritmo acelerado imprimiendo al color, a veces metido en oro, un ángel de opulencia que en otras manos sería casi un suicidio. Un parentesco indudable con el arte plumario de los mexicanos clásicos refuerza la riqueza objetiva de este gran artista. Sangrante, el papel de China soporta –quién sabe cómo–, en su fragilidad, la imagen terrible de Nuestro Señor martirizado. Ya estos papeles tienen fama universal. Se diría que el artista, en un gesto de orgullo, escogió para trabajar material tan deleznable. Que pintó así “por no dejar”, según modismo tan nuestro. Ya puede hablarse de la cultura jalisciense en este repertorio de modos y maneras que es México. El estado de Jalisco, salvo en lo arqueológico, es el más importante de la federación. Entre otras cosas el sentido plástico de su gente es verdaderamente asombroso. Casi todos los mejores pintores mexicanos son jaliscienses. Tienen todo un mapa literario. También la luz tiene una gracia tapatía. Allá, la belleza humana tiene raíces telúricas. Imposible escribir sobre arte en México sin referirse a Jesús Reyes Ferreira.

CARLOS PELLICER