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Una vida de movilizaciones, arraigos y
desarraigos geográficos y culturales ha puesto a este artista en contacto
con la rica experiencia del peregrinaje y la migración como forma inicial
de vida. Su obra cristaliza el complejo prisma de visiones y epistemas del mundo que ha obtenido de sus sucesivos
anclajes en diversos países y ciudades.
Roberto Márquez es uno de los pilares del arte latinoamericano contemporáneo.
Su pintura se inserta dentro de la gran corriente neofigurativa
fabulatoria de América Latina, en la que han
destacado los grandes maestros de la modernidad del siglo XX, como Rufino
Tamayo, Roberto Matta y Wifredo
Lam, entre muchos otros, quienes como grandes
precursores dieron curso a una prolífica figuración ensoñadora o neoexpresionista, tendiente a la monstruosidad o la
dislocación anatómica de la figura, integrándola a fuertes y delirantes
contextos, expresión de las híbridas intraculturas de las que se compone el continente. Márquez recrea, sin embargo,
manteniendo el más puro canon académico y el respeto por la representación
clásica, complejos mundos imaginarios, plenos de personajes y realidades metarreales, que van más allá de la lógica real del
mundo.
Rompiendo con estereotipos o etiquetas fáciles, el artista suscribe su
planteamiento a una compleja narrativa de múltiples referencias, tanto
universales como locales, donde el eje narrativo lo constituyen el mito y
el arquetipo.
Aun cuando observamos la innegable herencia derivada de la pintura mexicana
y la estrecha cercanía del artista con ésta, así como su elí-ptico diálogo con Frida Kahlo o María Izquierdo, en la moldeadura
sintetizante de los cuerpos, donde se borran los
detalles y prevalece el silueteado rígido y estatuario; en la extrañeza de
las atmósferas o en la intencional fractura en la perspectiva de las
habitaciones, Márquez exorciza las influencias planteando discernimientos y
revelaciones crípticas, vinculadas a interrogaciones filosóficas y
existenciales, que apuntan a la soledad, la vida y la muerte, el amor, el
sexo; el doble, la memoria, la desesperanza; el exilio, la ciudad, la
migración y la supervivencia. Sus personajes son héroes solitarios,
atrapados en un inexorable destino. Son Ulises modernos recorriendo caminos iniciáticos, enfrascados en la efervescencia de
su épica lucha.
El mundo pictórico de Márquez apunta a arquetipos universales
entremezclándose con realidades del ensueño y de lo onírico, donde todo es
posible y todo sucede. Los protagonistas interactúan en una sutil trama
imaginaria plena de fantasías y sortilegios, insertos en un libreto de
mitologías. Los cuadros plantean visiones trascendentales, gestas
apoteósicas y búsquedas ontogénicas. Son espacios de interrogación
filosófica y narración heroica.
Los protagonistas son actores de mitos revivificados por Márquez, pero
replanteados a su propia manera. Son los grandes relatos humanos,
transfigurados en personajes y espacios contemporáneos. Un hombre vestido a
rayas, una mujer desnuda, una pareja, son los protagonistas presentes en la
gran gesta, Sísifos o Prometeos de una crucial
condición, que luchan o batallan, debatiendo el final de su destino.
En la obra "La Mentira" (2001), los amantes, atrapados en congelados
e hipnóticos gestos y ubicados en un solitario bosque de luces y vegetación
enigmáticas, replantean el mito de Eros y Psique. Luces mortecinas, cielos
nebulosos y oscuridades tormentosas anuncian el trágico amor protagónico y
la batalla perdida. En una pose manierista, los ojos cerrados y sin
besarse, se abrazan silenciosos e inexpresivos, enlazando sólo los brazos.
Semejan personajes teatrales cumpliendo un oscuro desenlace. Los elementos
naturales, totalmente simétricos, casi en espejo, aumentan el ambiente
enrarecido que predomina. Márquez evoca el mito con una aproximación
propia. Hay enigma, un "heimlich" del
inconsciente y de los sueños que devora la atmósfera. Es una escena de
sortilegios, que nos confronta con lo posible y lo imposible. En "Clown #2" (2002), se encuadra la cabeza de un
hombre joven, de cuyo cabello salen nudos arremolinados en forma de
culebras que, a modo de tenazas, invaden el busto y penetran en la boca. Se
trata del mito de Medusa en el sexo masculino, tal vez bajo la forma de un
velado autorretrato. Los nudos, en forma de sogas o cadenas cayendo sobre
los exaltados ojos del hombre, son simbólicas trampas de pensamientos y
obsesiones. El mito de Medusa metaforiza aquí- la precaria condición mental
y anímica del hombre contemporáneo. En "The Invention of Sin"
(2002), Márquez remarca, a la distancia del tiempo, el mito de Narciso. Una
mujer apoyada en un espejo mira atentamente su erótico cuerpo, destacándose
el oscuro pubis, las medias largas de nylon con diseños en brocados, y los
altos tacones, como únicas vestimentas.
Revivificando el mito del joven efebo que descubre arrobado su reflejo en
las aguas, Márquez entremezcla este mito con otros planteamientos
arraigados en la historia de la humanidad y en el imaginario latinoamericano.
Es el cuerpo confrontado al deseo; condenado, en consecuencia, a la transgresión, al pecado y al hermetismo.
En "The Sleep of Eve" (2001), Márquez
capta los mitos del inconsciente colectivo, explorando los impulsos del
deseo y de la líbido en el arquetipo de Venus.
Una mujer desnuda, expectante y con los brazos abiertos, yace en medio de
un cubículo de diseños abstractos y bambalinas. Bajo una media luz, que
aumenta la intimidad erótica de la escena, el sensual cuerpo evoca la
posesión masculina. En "In the Beggining" (2001), el mismo personaje masculino
aparece con los brazos extendidos a los cielos, como un concentrado orante
interrogando verdades trascendentales.
Los ambientes crepusculares, con imprevistos fogonazos y mortecinas luces
de transición que recuerdan la luz teatral del Barroco o el dramatismo
sublime del Romanticismo, metaforizan un órfico descenso a las oscuridades.
Márquez afirma la cita y la apropiación en sus obras, utilizando múltiples
voces pictóricas. Los vastos panoramas recuerdan los metafísicos espacios
de De Chirico. Las habitaciones en forma de cubos
emulan la escenografía del Renacimiento italiano. Los profusos pisos de
ajedrez son tópicos del Quattrocento. Sus
idealizados bosques recuerdan la naturaleza tal como aparece en las obras
de Botticelli o de Fra Angelico. Ésta es una pintura de referencias cultas,
anclada al mismo tiempo en agudas preocupaciones ontogénicas.
Márquez opera como un mago en la producción de su cosmogonía gnóstica. Crea
un críptico mundo de situaciones paradojales, que recuerda Las ruinas
circulares, de Jorge Luis Borges, donde el protagonista, mediante su sueño,
hace realidad las efigies de su mundo alucinado.
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