Roberto
Márquez
Roberto
Márquez: Condenación y Redención En
su obra más reciente Por
Edward J. Sullivan Las
pinturas de Roberto Márquez siempre han evocado pasajes de textos literarios
imaginarios, todavía sin escribir. Sin ser de ninguna manera ilustrativa,
cada una de ellas obliga al espectador a pensar en términos de la poesía. Al
igual que la poesía, sus imágenes más poderosas –aún las de los años más
tempranos de su producción artística– parecen encapsular emociones puras de
una manera sucinta y convincente. Lo mejor de su obra juega un papel
simbiótico con la poesía, sugiriendo los enigmas y recuerdos de verdades
eternas. No es ninguna sorpresa que los mejores amigos y conocidos del
artista son poetas, y no es ninguna coincidencia que su lectura de la
literatura clásica y moderna, especialmente obras poéticas en por lo menos
tres idiomas, es a la vez profunda y altamente sofisticada. La
capacidad del artista de evocar la encarnación perfecta de nuestra conciencia
colectiva, también como su don extraordinario de evocar las cosas que yacen
más allá de nuestros sueños, se ha intensificado en los años recientes. Tal
vez se pueda encontrar una explicación fácil para la creciente fuerza en el
arte de Márquez en la tristeza y los desengaños inevitables de la madurez.
Posiblemente la respuesta se pueda sugerir por los eventos más concretos y
traumáticos que tuvieron lugar en Nueva York, donde
el artista vive desde que trasladó su vida de Arizona (y antes de eso,
Guadalajara) a finales de la década de los ochenta. Sin embargo, explicar los
cambios y reorientaciones en la obra de cualquier artista basado en
acontecimientos o vicisitudes de la vida nunca podrá justificar adecuadamente
las razones más profundas por el cambio y la evolución estética. En el caso
de Roberto Márquez, su imaginación fértil y sumamente inventiva se ha vuelto
más compleja y se ha intensificado con el tiempo. En su obra, la verdad y la
ficción, lo verdadero y lo super-verdadero,
constantemente han luchado para la supremacía. En vez de encontrar un terreno
neutral banal para una distensión de estas fuerzas opositoras, son
precisamente estas tensiones y contradicciones lo que empuja el desarrollo de
su arte hacia delante implacablemente. La
exhibición actual presenta la obra más reciente del artista, realizada entre
2003 y los principios de 2004. Estas pinturas muestran dos senderos claros y
opositores, tanto en términos de estilo como en tema. El primer grupo
consiste en una serie de cuadros oscuros y pensativos que casi llegan a ser
aterradores. Evocan un fuerte susto de reconocimiento aun en el observador
más cínico, y –para todos los que están susceptibles a las tensiones y
sensaciones de peligro inmanente que caracterizan la época actual– son
sorprendentes en su mordacidad e ironía. Por lo menos una de estas pinturas, Jericho (Jericó), muestra un retorno al pasado y la
evocación de un terror/fantasía de la niñez. En esta obra se puede observar
las torres de la Catedral de Guadalajara, quizás el símbolo más potente de la
ciudad nativa del artista, desmoronándose y cayéndose, mientras un mariachi
solitario, una figura diminutiva en el tamaño de la escena, toca un lamento
en su trompeta. Aquí el pintor nos recuerda que todo lo sagrado se puede
desintegrar en un momento. Trece maneras de mirar a un mirlo es más directo en su evocación de la enajenación urbana y
del miedo, como retrata a un hombre perfilado contra un cielo amenazador
encima de un edificio en Manhattan (fácilmente
reconocible por los depósitos de agua característicos de Nueva York), tal vez al punto de tirarse. Cazando dioses
representa una conjetura al azar. La figura otra vez aparece en el más
incongruente y escalofriante de los escenarios. Una escena de desierto
(posiblemente el desierto Sonora del sur de Arizona y norte de México),
repleto con agave, está cubierta de nieve. El sujeto humano del cuadro,
preparado para el frío con su gorra roja de lana, dispara una pistola al
cielo que está empezando a oscurecerse. ¿Es un gesto desesperado, o podría
también recordar a los disparos de emoción tirados por miembros de algunos
grupos en una variedad de lugares del mundo en los momentos más intensos? Las
pinturas tal vez más intrigantes de las obras recientes son las en que
Márquez emplea el tipo de representaciones literales de los diablos y otros
fantasmas malévolos utilizado frecuentemente en la pintura colonial mexicana
para evocar, entre otras cosas, los diablos que tentaron a San Jerónimo y a
otros hombres y mujeres sagrados puestos a prueba por Dios. |