Entrevista con Raúl Anguiano
El pintor Raúl Anguiano (1915) nació en
Guadalajara, Jalisco. De niño descubrió su vocación por el dibujo y la pintura.
Durante gran parte de su vida fungió como maestro. Su principal tema de
inspiración ha sido México. Ha expuesto en las principales ciudades del mundo y
pintado diversos murales en México y Estados Unidos. Es uno de los muralistas
sobrevivientes de la Escuela Mexicana de Pintura. “Pertenezco al movimiento
posrevolucionario y cultural del Muralismo que, como dijo el filósofo Samuel
Ramos, palabras más, palabras menos: ‘culturalmente es la flor más alta de la
Revolución Mexicana’”, dice. Con el paso del tiempo se ha constituido como
uno de los pintores mexicanos más importantes. En esta entrevista platicó sobre
algunas nociones de su pintura, su larga vida, y sobre su mural de setenta
metros cuadrados pintado en el East Los Angeles College, California.
¿Cuándo
incursionó en la pintura?
No he dejado de dibujar ni de pintar
desde los cuatro o cinco años de edad. Como todos los niños me expresé por
medio del dibujo. Desgraciadamente la mayoría de los adolescentes abandonan ese
lenguaje gráfico por mala orientación o porque no les interesa. Siempre he
plasmado lo que he visto: los paisajes, los habitantes, los campesinos y peones
de los ranchos... he pintado México. Como viajo mucho también he pintado otros
países; acostumbro llevar algún cuaderno de dibujo, de hecho el libro publicado
por Microsoft de México, Anguiano íntimo, está basado en mis cuadernos
de viaje. Toda mi obra está enraizada en la tierra y cultura que me formó. Mi
obra es nacional, no nacionalista, porque no soy chovinista ni anti de ningún tipo. En 1992, durante la celebración del
450 aniversario de la fundación de la ciudad de Guadalajara, me homenajearon y
me definieron como “Jaliscience Universal”.
En mi actividad pictórica también han
influido las oportunidades que he tenido en mi vida, por ejemplo, en 1949 formé
parte de la primera expedición a Bonampak, en la
selva Lacandona. Mi diario de viaje y mis pinturas son casi el único testimonio
que existe. La expedición terminó trágicamente con la muerte de Carlos Frey, descubridor de la zona arqueológica de Bonampak, y de Franco Lázaro Gómez, grabador chiapaneco. De
ahí en adelante he convivido con algunas etnias indígenas y las he pintado; ese
es sólo un aspecto de mi obra, porque también me gusta mucho dibujar mujeres
desnudas. Durante 32 años fungí como maestro de dibujo de figura humana desnuda
en las instituciones del INBA y fui uno de los fundadores de la Escuela
Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Mi producción ha sido
muy variada y amplia.
Hace unos días, un conocido mío me trajo un cuadro llamado Danzantes de Zapopan, para que lo autentificara. Lo pinté a los
dieciocho años, pertenece a una serie de más de veinte cuadros que vendí en
veinte pesos antes de salir de Guadalajara. Este coleccionista lo adquirió
recientemente a un precio muy bajo: veinte mil dólares aproximadamente; modestia
aparte, es un cuadro tan bueno como un Diego Rivera temprano.
¿Quiénes
han sido sus principales influencias?
Mi primer maestro formal fue Juan “Ixca” Farías —“Ixca” era su seudónimo,
que en náhuatl significa alfarero—. A sus alumnos nos enseñaba estampas de
Miguel Ángel, de Rafael Sanzio, del taller de
Bartolomé Esteban Murillo y de Luca Giordano. De niño miré fotografías de los murales de los
denominados tres grandes, gracias a las revistas que llegaban a Guadalajara.
Cuando salí de mi tierra natal, Orozco aún no pintaba sus obras murales ahí.
¿Diego
Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros lo influenciaron mucho?
Sí, aunque muy pronto digerí esas influencias. En mis primeras pinturas
murales, principalmente las de escenas urbanas y movimientos obreros, había
influencia de Rivera y Siqueiros, pero digerida,
transformada al estilo Anguiano.
¿Cómo
es el estilo Anguiano?
De forma innata me he inclinado por
una construcción geométrica rigurosa, reforzada por mi estudio del gran pintor
francés Paul Cézanne. La
estructura geométrica y sólida es patente en toda mi obra plástica. Vanidad a
parte, la gente ya conoce mi obra y reconoce mi estilo, que no es una
estilización ni un rebuscamiento de estilos. Trabajo espontáneamente. Tengo un
estilo claro, sencillo y vigoroso, basado en el neoclasicismo, que fue lo
primero que vi en la casa de Prisciliana, mi abuela
paterna. Dibujar es mi máximo placer; hoy ya estoy contento porque en la mañana
dibujé a una modelo. La base de todas las artes es el dibujo, sin embargo, el
óleo es la técnica más rica y, después de más de setenta años de pintar, es la
materia con la que me siento más cómodo.
Usted
afirma que el dibujo es la base de todas las artes y con seguridad sabe que
gran parte de la producción artística contemporánea ignora ese precepto, ¿cuál
es su opinión sobre el arte conceptual?
Hace unos quince años leí en una exposición en el Museo de Louvre una frase de Miguel Ángel: "el dibujo
es la madre de todas las artes”… a
dicha frase yo le agregaría: "y el que no dibuja no es pintor". Han
existido miles de farsantes desde Jackson Pollock, quien imitó a Siqueiros y le copió la técnica del accidente controlado, que para Pollock era el accidente sin control... sin embargo debo aceptar que tenía cierta
gracia. Sólo un Picasso o un Miró podían utilizar la
chatarra con maestría, porque tenían la base del dibujo. Eso que llaman arte conceptual es una payasada. Las artes plásticas
deben responder a la imagen visual y no a lo conceptual. El arte conceptual cae
en un raciocinio de análisis frío, antiplástico y
antiartístico. Yo procuro expresarme de acuerdo a mi sensibilidad e ideas
personales. Respondo a los estímulos bellos y en ocasiones a mi mundo onírico.
Una buena parte de mi obra está basada en sueños. Muchas veces sigo pintando
durante el sueño y al despertar plasmo lo que soñé. En ese sentido me influyó
el movimiento surrealista, el arte onírico de todos los tiempos y el arte
mexicano, sobre todo el arte azteca, que produjo obras tan extraordinarias e
imaginativas como la Coatlicue o la Coyolxauhqui... es un arte fantástico, con un sentido
simbólico muy fuerte. El arte prehispánico se defiende solo. Es parte de
nuestro pasado y nuestro presente. Ha influido en diferentes pintores de
profunda sensibilidad, como Rivera, Orozco, Siquerios y Tamayo; también en Alfredo Zalce, José Chávez
Morado y en mí, quienes hemos continuado con esta tradición, pero renovándola.
¿Cómo define a su generación?
Como heterodoxos de la Escuela Mexicana de Pintura. Zalce ya expresó su disidencia con los fanáticos comunistas no hace mucho tiempo,
cuando presentó una gran retrospectiva en el Palacio de Bellas Artes. Comparto
su opinión. Por ejemplo Siqueiros, a quien admiro,
perdió mucho tiempo con su religión: el comunismo. Para mí el comunismo es una
religión, un fanatismo. Diego Rivera, quien también habló mucho de su
comunismo, no perdió el tiempo, no se bajó del andamio. El mismo Octavio Paz en
alguna ocasión dijo más o menos así: "Qué nos importa ahora la ideología,
qué nos importan los ismos expresados en los murales
de Diego Rivera; lo importante son las volutas de color".
¿Usted
es el último exponente del muralismo mexicano de su generación?
Sí, pero me siguen otros que aún están trabajando como Luis Nishizawa,
Arturo García Bustos o Guillermo Ceniceros. Hay capacidad, esto no se va a
agotar. Algunos aprendieron a dibujar conmigo y son buenos dibujantes, como
Leopoldo Flores... pero no se dan en maceta.
¿Cuál
es la época más destacada de su carrera artística? ¿Cuál su acmé artístico?
No podría definir o analizar qué cosa
es mejor, pero trabajo todos los días y gracias a eso las ideas van madurando.
Hay varios periodos en mi larga carrera. Me agrada lo que pinté en los años
cuarenta, es un periodo rico en materia, textura y color. Respecto a mis
dibujos, grabados y litografías, se salvan algunas obras de cada periodo. Los críticos,
los buenos críticos, aprecian mi pintura de los años treinta y cuarenta, el
periodo lacandón y centenares de retratos, tales como el de María Asúnsolo y el de Beatriz Caso. Considero buenos críticos en
México a los que sabían dibujar: Jorge Juan Crespo de la Serna, Justino
Fernández, Margarita Nelken, Antonio Luna Arroyo,
Javier Moisen, Ida Rodríguez Prampolini y Antonio Rodríguez. Hay que saber dibujar para poder opinar, lo mínimo es
tener una noción. Sin duda el padre de la crítica moderna en México es Justino
Fernández.
Los cuadros más conocidos y muchas veces imitados son: Mujer de la iguana, La espina y Alfareras mayas.
Recientemente estoy pintando sobre cerámica y muchas veces la gente dice:
"¿cuánto puede valer un plato?", pero no se trata de un plato, porque
yo no modelo la cerámica, sino que es un dibujo de Anguiano, es el dibujo lo
que vale, la firma. Estoy muy gozoso pintando cerámica.
¿Podría
platicarnos sobre el mural que pintó recientemente en East Los Angeles College,
California?
Se llama Biografía de la pintura mexicana. Pinté más de treinta retratos
en setenta días, sobre una superficie de setenta metros cuadrados, pero con más
de setenta años de entrenamiento y muchos meses de investigación. En México el
mural ha tenido poca difusión, sin embargo allá la prensa le ha dado mucha
importancia, me están hablando para que vuelva. Me ofrecieron muchos homenajes.
El mural surgió porque patrocinadores amigos míos, como el doctor Richard y Rebecca Zapanta, su esposa, desde
hace tres años venían sugiriendo la idea de que yo pintara un mural en Los
Ángeles. Originalmente iba a pintar a Benito Juárez y a Abraham Lincoln, pero el comité del Colegio dijo: "no queremos
nada político porque todavía hay ciertas divisiones entre el Norte y el Sur de
los Estados Unidos. Mejor pinte su vida". Me gustó la idea, pero incluida
en la biografía de la pintura mexicana. Nació en forma muy espontánea. En él,
hago alusión a la obra de varios artistas. Pinté el retrato de mis padres, José
Anguiano Peña y Abigaíl Valadez,
de mi abuela, Prisciliana Peña, de Diego Rivera, Rufino Tamayo, José Clemente
Orozco, David Alfaro Siqueiros, Arturo García Bustos,
Juan Soriano, Vicente Rojo —para darle un lugar a la pintura abstracta— y José
Luis Cuevas.
En el centro de la composición aparezco de cuerpo entero con machete en mano,
junto a Carlos Frey. También pinté los retratos de
los pintores que yo más admiro entre mis contemporáneos, desde Ricardo
Martínez, Guillermo Meza, hasta Juan Soriano y Chávez Morado. Además pinté a
María Asúnsolo, que sin duda fue la belleza del siglo
veinte. Hace tiempo me entrevistaron con motivo de la muerte de María Félix, a
quien sólo vi una vez en persona, en una comida que
organizó Inés Amor en el Variety Club; recuerdo que María Félix llevaba un escote muy
amplio en la espalda… nomás tenía un cuello, una espalda y un rostro
maravilloso. En cambio, María Asúnsolo era una mujer
bellísima, mucho más completa, por eso la pinté en mi mural como Venus sobre
una concha, no como diva, porque no me gusta ese término. A María Félix nunca
la dibujé, a María Asúnsolo sí, y con el torso
desnudo y la blusa transparente. Conocí más su cuerpo, era más hermosa… todo su
cuerpo era más bello. Ella fue el amor de la vida de Siqueiros.
La pintamos casi todos los pintores de mi generación. Era una mujer muy
interesante, bella y sencilla.
*Entrevista
publicada originalmente en la revista Desarrollo académico (UPN), año
11, septiembre-diciembre 2003, no. 31.
Jorge Luis
Herrera
Para
Pilar Aramayo
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