La maestra Martina Navarro
González lo conoció desde niña, y aunque la vida los alejó, hace 20 años se
reencontraron para no separarse. El fruto de esta unión han sido decenas de
reconocimientos y cientos de piezas de colorida belleza, cuyos códigos policromados
hablan de épocas pasadas, pero también de un futuro donde el arte más
antiguo aún sobrevive.
Con una sonrisa en su rostro, de
rasgos finos y con ese tono suave en la voz que recuerda el acento purépecha, la maestra Martina recordó que el pasado Domingo
de Ramos recibió por su trabajo de maque incrustado uno de los premios
especiales que otorga la Secretaría de Turismo del Estado.
Pero dicho premio es como una
cuenta en el collar que la maqueadora ha ido
tejiendo a lo largo de su vida, la cual ha estado, gracias al arte que nace
de sus manos, coloreada por la admiración y la belleza.
La maestra Martina luce guapa
cuando porta ropa urbana, pero cuando usa rollo, camisa bordada y rebozo
parece una figura recortada en el maqueado base y
luego embutida con los tonos que regalan los minerales.
No sólo en Uruapan y en el
ámbito estatal se reconoce su habilidad: «Tengo reconocimientos a nivel
nacional, como el de Manos de México y del Fomento Cultural Banamex; varios a nivel estatal y otro que recibí (durante
la pasada gestión municipal) con motivo del Día Internacional de la Mujer».
«Este año conseguí un premio en
un concurso de tableros de ajedrez en Morelia y uno de la Casa de las
Artesanías por nuevos diseños, en febrero».
Desde la infancia
Pero las distinciones y honores
no han sido gratis, sino que son producto de una trayectoria perseverante:
«Yo cuando era niña aprendí a maquear en la escuela primaria. Después lo
dejé porque estuve estudiando y luego trabajando.
«Hace 20 años volví a tomar un
curso para acordarme, con la señora Lucina Tulais (una de las máximas figuras del maque). Ella me
hizo el favor, y a partir de entonces lo estoy haciendo».
Además de las típicas bateas,
las manos de Navarro González convierten los guajes en frutas, aves,
tortugas, cofrecillos, y con la misma técnica del maque incrustado laquea
mesas de café.
Explicó que «lo que pasa es que
mis hijas aprendieron desde que estaban chiquitas, y cuando estuvieron más
grandes me ayudaron. Decían, ‘mami te ayudo, pero quiero hacer las
cosas que a mí me gustan’.
«Como que así empezamos a hacer
cosas más modernas, diseños prehispánicos, y hace como seis años que
empezamos a hacer mesas de centro y una vez me pidieron pingüinos y
tortugas. Cada año hacemos flamingos e hicimos
dos patos salvajes, pero todo fue producto de la mentalidad de mis hijas.
«Nos dimos cuenta que tenemos
piezas para todo tipo de gustos, para la gente mayor y para los jóvenes; es
lo que nos piden».
Inspiración ancestral
En medio de los flamingos, las tortugas, las bateas y los guajes, entre
las piezas de la artista popular hay unas que al mirarlas parecen arrastrar
hacia tiempos perdidos, con olor a copal y el ritmo del teponaztle.
La maestra Martina reveló el
misterio: «Por ejemplo, hace algunos años visitamos un lugar en la Tierra
Caliente y vimos en la barranca, en un río, en las piedras unos diseños
rupestres y sacamos muchas ideas de ahí».
Explicó que «cuando hacemos un
diseño no nos gusta hacerlo igual. Nosotros transformamos, le ponemos, le
quitamos y así es como hacemos las figuras. Más bien hacemos lo que nos
gusta y es lo que ofrecemos».
Al hablar de las dificultades
técnicas de este arte antiguo que ya era practicado por los antiguos purépechas, de acuerdo con los códices de Carapan, Jucutacato y la
Relación de Michoacán, y que se realiza con aceites vegetales y tierras
minerales endémicas de la región, descubrió que es diferente maquear una
batea o un guaje.
«Para maquear una batea depende
del diseño que le queremos poner. A ésta le ponemos el fondo negro. Ya
cuando seca le hacemos el diseño; lleva más trabajo. El diseño tradicional
es el más laborioso. Los guajes se elaboran con la técnica del manchado,
que en una batea es sólo una parte del proceso».
Entre las innovaciones de la
entrevistada, también están las aves. Este año presentó un cisne y un flamingo que «están hechos con guajes, es una sola
pieza y sólo llevan madera en la cabeza y el pico».
Aparte, calculó que para
elaborar una batea de unos 30 centímetros de diámetro se tarda entre diez y
quince días. Pero «el otro día, para el concurso, hice una batea de parota
como de 72 centímetros, y empezamos con ella a finales de enero. Esa batea
la hubiéramos terminado en tres o cuatro meses, pero fue un trabajo muy
intenso de dos meses. Es una batea muy tradicional, con muchísimo trabajo.
La pude vender en diez mil pesos; la pequeña la puedo dar en 700».
«Yo firmo mis piezas, porque
trabajamos con tierras naturales y los pigmentos son minerales o vegetales;
el negro, por ejemplo, lo hacemos con ollín».
Eventos nacionales, personas de
otros países o estados que adquieren sus piezas y una salida a Estados
Unidos constituyen hasta ahora el mercado de la nativa del Barrio de San
Juan Bautista de Uruapan, quien generalmente recibe a sus clientes en su
domicilio, pues mucha gente la conoce. |