VISIONES DE ATEMAJAC

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Panteón de Mezquitán

Entrada principal del panteón de Mezquitán a principios del siglo XX. ESPECIAL

o                           Mercado de flores, músicos, lloronas, dolientes y novios furtivos, son desvelados en los murales del panteón

o                           También el barrio de Mezquitán y su realidad son retratados en los murales

Los murales del Panteón de Mezquitán

GUADALAJARA, JALISCO.- El programa iconográfico del gran mural del Panteón de Mezquitán partió de una sugerente leyenda histórica.

El resto fue construido con base en la creatividad artística y la libre interpretación que una mente juvenil pero observadora hacía de un conjunto de recuerdos, vivencias cotidianas e información del barrio, incluyendo sus personajes y la noción de la muerte imperante.

Todo este imaginario fue transmitido a Óscar Covarrubias Zumaya por sus mayores, pero él -habitando desde niño el entorno del panteón- también lo alimentó abriendo grandemente unos ojos atentos para registrar el santo y la seña.

Asimismo, concurrió el azar permitiendo la coincidencia de intereses de cuatro jóvenes artistas (recordemos que además de Covarrubias Zumaya participaron Marita Terríquez, Marta García y Ricardo Solís). Cómo no resaltar su férrea disciplina (casi monacal) o la destreza que este equipo aprendió en la Escuela de Artes de la Universidad de Guadalajara, tanto para componer y dibujar, como para distribuir armónicamente colores en una superficie.

Ahora bien, la composición general está planteada como una sucesión de visiones perfectamente engarzadas a manera de secuencias de película.

Cada cuadro nos habla de algo diferente pero relacionado: cortejos fúnebres de ricos y pobres, mercado de flores, músicos, lloronas, dolientes, por un lado; novios furtivos, niños jugando en las calles del barrio, teporochos, gente deambulando por la estación del Tren Ligero y hasta una colisión de automóviles, por otro.

Las primeras secuencias nos hablan de la historia y las costumbres y están dispuestas desde el ingreso central del panteón hacia las dos orillas. Las últimas visiones retratan la actualidad social y urbana del popular barrio de Mezquitán y están ubicadas en los extremos del gran muro.

Covarrubias Zumaya abocetaba por las noches o se encaraba de día con el muro para "escuchar sus peticiones y sugerencias". Al día siguiente entregaba los bocetos (elaborados con vinílica sobre papel guarro de algodón) a sus compañeros, quienes trazaban las figuras con carbón amarrado a extensores. Antes habían fondeado el muro con un tono base color salmón mezclado con sellador y habían reticulado por metros para vaciar el modelo hecho a escala. Aquí, en este punto, tomaban fotos de los rostros y actitudes de las vendedoras de flores o niños aledaños para complementar el bocetaje.

Hubo otras ocasiones en que los propios habitantes del barrio interactuaban con los pintores proponiendo la representación de otras ideas o personajes. Después aparecieron las capas generales de color con las subsiguientes fases de acabados y detalles. En términos formales, el muro se apoya en grandes líneas ondulantes y rítmicas preñadas por grupos de figuras.

Ya describí los temas o actitudes de estos grupos: el asunto es que cada uno está liderado por un personaje monumental y dominante (ubicado como primer plano y presentado en ocasiones como figura completa y en otra como gran torso), con la consecuente subordinación de los más pequeños en su derredor.

En todos ellos siguen prevaleciendo los contornos sinuosos o curvos, pero con una particularidad: una red ortogonal de líneas verticales y horizontales les brindan estructura.

El cromatismo es sobriamente diverso, pero unificado por los tonos azules. El sentido común indica que una paleta reducida ayuda al control de esta variable. El contraste fue otro de los requisitos imprescindible que los pintores atendieron para lograr una afortunada separación de los diferentes planos y personajes.

EL INFORMADOR/ ENRIQUE NAVARRO.