Gaceta Un i v e r s i t a r i a
18 de febrero de 2002 • 21
PINTURA
¿Soy todo lo que hay en mi cuerpo?
Es el título de la exposición de Marissa Hernández en
Casa Vallarta. Se trata de 10 obras, que
son un flotador
que desahoga los sentimientos de la pintora.
Ricardo Ibarra
En el cuerpo de Marissa Hernández hay un
pasadizo por el que llegan los humanos. Hay tres hombres rojos y amarillos. Uno piensa, otro besa el hombro a un tercero.
Hay también rostros dentro de los rostros, núcleos dentro del núcleo; todo
nace de la mano de la pintora, medio que esgrime para expulsar los demonios y
divinidades de su cuerpo.
¿Soy todo lo que hay en mi cuerpo?,
pregunta la pintora Marissa Hernández con su
exposición de Casa Vallarta. “Yo no sé si debajo haya un cuerpo nuevo, pero
para eso está la búsqueda. Quiero llegar a tanta introspección, que alcance
un momento en
que el saber no exista y solo sea sentido”.
Las 10 obras reunidas en esta exposición, son un flotador que
desahoga los sentimientos que habitan el cuerpo de la pintora, un aislamiento
de emociones disueltas en colores, texturas y formas.
“Es importante que la obra hable por sí misma. Cuando haces una
introspección, reconoces que somos otras cosas, que muchos de los objetos o
formas nos resultan inútiles”.
Es como una cáscara que el cuerpo abandonara, dice Marissa Hernández.
Los cuadros muestran la fuga de viejas entidades en el cuerpo de
la pintora. Telas, estopa, fierros, maderas,
arcilla, yeso, pintura, son algunos materiales que emplea.
“Estoy en la búsqueda. No repito una misma técnica o estilo,
sino que trato de
introducir otros materiales, colores y texturas. Si me quedo con un
estilo, la búsqueda termina. Está bien tener una personalidad, pero entonces
mi experimento terminaría”.
Llegar a una fórmula para ejecutar la obra, es embotellarse,
detener el proceso evolutivo del artista. “Yo no quisiera eso, pues desearía tener
el tiempo suficiente para evolucionar”.
“Pocas veces sé lo que va a resultar de un trabajo. En ocasiones
tengo una propuesta concreta, pero no me gusta poner nombre a la obra, porque
limita al espectador. Si no lo entienden van al nombre y lo relacionan con algo
común”.
“El baño”, “El lugar por donde todos llegamos”, “La mujer
sentada”, son algunos títulos de obras expuestas en la sala de usos múltiples,
de Casa Vallarta.
“Cuando éramos niños jugábamos a ver figuras en las nubes”, algo
muy natural, aclara la creadora. “Esa es mi propuesta inicial, el punto de
partida. Otra es la sicológica, porque me fueron estorbando ciertas formas
que tenía
por mi educación, pero que ya no funcionaban. Entonces esa
necesidad de quitar la llevé a la pintura”.
Su obra no tiene errores, porque resulta de una extracción: el
trazo de un rostro quebrado o una pierna deforme es un sentimiento roto o
deforme.
Explica que no le gusta teorizar con su obra. “¿Qué margen de
error hay en lo
que sientes? Es tan subjetivo como indefinible”.
“Hablar de un trazo corporal equivocado, es un error, ya que no
hay tal
equivocación, pues así tenía que nacer. Si la pintura no tiene vida por sí
misma, si no le dice algo a las personas, entonces
sí hay margen de error. La obra tiene que hablar.
Lo único que me queda es ser honesta
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