La fuerza expresiva de
Mario Martín del Campo Escrito por
Miguel Ángel Muñoz En las dos
últimas décadas hay un cierto resurgir de la pintura, que en los años ochenta
se quebró la idea de una historia del arte autónoma, liberal, como un destino
conducente a su disolución –se supone que posmoderna–
en el concepto, el objeto, el espectáculo y las nuevas y múltiples
tecnologías, cuando no en el mero entertainment. Esto ha
llevado a la crítica, la historiografía y la filosofía del arte a una
profunda revisión de sus modelos. Aunque hoy tiene un enigma poético la
pervivencia de la pintura. En cierto modo, es en ella donde hallamos la
auténtica piedra de escándalo para la teoría, y esto lo que la hace tan
interesante. Ahora bien, uno de los caminos que han hecho posible esa
“supervivencia”, esa resistencia constante a desaparecer, es la obra de Mario
Martín del Campo. Del Campo
ha venido desarrollando una obra cuyo tema a primera vista, es la propia
pintura, es decir, la cuestión de sus límites y de su lugar en el contexto
contemporáneo. Mario se dio a conocer con un estilo que conjugaba la
figuración y un cierto toque de realismo mágico, una combinación entre
vanguardia e identidad que obtuvo un inmediato y merecido reconocimiento,
fuera de su natal Guadalajara. A pesar de este éxito alcanzado, el mérito del
artista consistió en no acomodarse a una fórmula, sino, sin
despersonalizarse, seguir afrontando nuevos desafíos, hasta hoy. De una
manera curiosamente literal, parece que Mario pone en práctica aquello que
decía Adorno del arte: que en lo sucesivo debía de aprender a vivir de su
propia muerte. Tal vez como un inagotable Dionisos, despedazándose y
recomponiéndose a cada instante. Hace un par
de años, todo esto pudo comprobarse con motivo de la pequeña retrospectiva
que le dedicó en Museo de Hacienda de La obra
reciente de Martín del Campo, que puede renovarse, porque no cambia de forma
gratuita, sino que es una búsqueda constante. Cada nueva exploración se ha
hecho en pos de un mejor y más hondo sumergirse en la propia intimidad, lo
cual puede llevar a Mario a pasar de “de lo oscuro a lo claro”, como afirmaba
Baudelaire, sin por ello perder la propia luz. De
esta manera, sea con amplias masas de colores azules, ocres, cafés o negros,
por citar ejemplos extremos de la dialéctica en la que ahora se mueve su
obra, nos queda siempre la imagen cumplida de una facunda fidelidad creadora,
la realidad y la memoria de un artista que no envejece porque no ha perdido el
afán de serlo hasta el final.
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