Grandes maestros de la pintura mexicana
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Doña MARIA IZQUIERDO
GUADALAJARA, JALISCO,
MEXICO |
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Domingo 08 de Junio de
2003 |
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Una de las pocas mujeres que
en el campo privilegiadamente machista de la creación pictórica lograron
destacar durante el siglo XX en nuestro País, lo fue la jalisciense María
Izquierdo (San Juan de los Lagos 1902); aunque justo es decirlo, su personalidad
y su obra medraron siempre bajo la protección y al calor de varones, que ya
fuese por auténtica admiración, por sincero afecto, por paternalismo, por
curiosidad, o puro interés material la acogieron en determinadas etapas de su
existencia bajo su protección, ya fuesen pintores, poetas, intelectuales o
simplemente vividores, por ejemplo: maestros de la Academia como Germán
Gedovious y Diego Rivera; colegas como Rufino Tamayo, que fue uno de los
tormentosos amores de su vida; escritores y poetas, como casi todos los
integrantes del Grupo de los Contemporáneos, Pablo Neruda, Antonin Artaud, y
otros especímenes, como Raúl Uribe Castillo, un chileno que fue su mecenas,
manipulador y pareja sentimental hasta la muerte de ésta, acaecida en la
capital de la República en 1955
Huérfana de padre a temprana edad, educada en su niñez de acuerdo a las rígidas
y conservadoras tradiciones alteñas, su familia emigró hacia el norte del País,
y allá, apenas a los 14 años de su edad, hubo de contraer matrimonio con un
militar, por órdenes de su madre, procreando tres hijos. Al fallecer su
progenitora, la Izquierdo rompe los lazos familiares y conyugales y emigra a la
ciudad de México 1923, junto con sus niños. Ingresa a la Academia de San
Carlos, mas no es ni el clasicismo realista, ni mucho menos el muralismo
didáctico y la oratoria plástica de los Tres Grandes y de sus seguidores lo que
atrae a esta pintora, quien se une al grupo de disidentes del arte oficial:
Tamayo, Mérida, Castellanos, Rodríguez Lozano, Lazo, Michel, Orozco Romero y
otros más, quienes buscaban enriquecer la pintura mexicana, sin renunciar al
nacionalismo ni a la raigambre popular, pero con sus propios lenguajes
pictóricos, propuestas subjetivistas y novedosas formulaciones plásticas
impregnadas en las corrientes del arte moderno europeo.
María Izquierdo cultiva los campos sacramentales de la pintura: el paisaje, el
retrato, las naturalezas muertas, los interiores intimistas y lo anecdótico
cotidiano, pero más que copiar la realidad, la recrea a su manera, con una
refinada espontaneidad y un colorido salvaje, una sensualidad y un lirismo muy
particulares, lo cual asombra, atrae y entusiasma a muchos, de tal manera que
muy pronto comienza a saborear las dulzuras del éxito, los halagos del aplauso
y las incitaciones de la demanda de sus obras por parte de los coleccionistas,
ahora inmovilizados por un decreto burocrático. Es una de las primeras mujeres
en exponer en el Palacio de Bellas Artes, la primera mexicana en exhibir en
Nueva York, e incluso, muestra sus cuadros en París, donde además de recibir
halagüeñas criticas crece la demanda por su obra. Esto hizo que quizás su
pintura decayera en cuanto a calidad y se volviese un tanto cuanto reiterativa,
sobre todo en el género del retrato y de las naturalezas muertas, que eran
preferidos por sus marchantes.
Empero, su corazón, posiblemente dañado desde años atrás, no resiste tantas
arengas y emociones y en el año del 42 hubo de someterse a delicada cirugía
cardíaca, de la cual se recupera, dedicándose a pintar con mayor empeño, de tal
manera, que monta nueva exposición en Bellas Artes con sesenta obras y
posteriormente viaja y exhibe en Sudamérica como "Embajadora de la pintura
mexicana". Frustrados encargos de pintura mural, debido según eso, a
intrigas y envidias de Rivera y su cohorte, la dañaron física y emocionalmente
al grado de sufrir una hemiplejía en 1948 que paralizó su lado derecho, sin
embargo se sobrepone a la fatalidad y aprende a dominar los pinceles con la
zurda, logrando dibujar y colorear lo que sería la última parte de su
producción pictórica hasta su fallecimiento.
Que María Izquierdo fue una mujer y una pintora extraordinarias. lo demuestra
este cuadro que reproduce una de sus obras más características e
inconfundibles: "Naturaleza muerta con huachinangos", mezcla sabia de
realidad con imaginación; obra realizada más con instinto que con
razonamientos, de espontánea composición y equilibrado colorido, donde los
emblemáticos elementos naturales están proyectados dentro de un enigmático
paisaje de mágica atmósfera, que se concretan en una imagen que evoca memorias
afectivas, esencia misma de su particular religión pictórica que hacía de la
mayoría de sus cuadros un fervoroso acto de fe.
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