“Manuel González
Serrano, de lagos, murió en las calles de La Merced", Dijo la nota roja Del 3 al 4 de septiembre de 1943, Manuel González
Serrano pintó su autorretrato más atormentado y hermoso: el vello del torso
se asoma, como una vegetación estrambótica, entre los blancos de la camisa,
el cuello se arruga en una serie de rictus musculares, el color de la piel
amarillea, la frente muestra todos sus pliegues angustiosos, el pelo ya
escaso se ordena en torno a las grandes entradas, y los ojos miran
sesgadamente a su autor y su sueño. Sólo los labios muestran una ansiedad de
vida, una búsqueda de nuevas sensaciones. Ese mismo año presentó su primera
exposición individual en la Biblioteca Franklin de la ciudad de México. Manuel González Serrano nació en 1917 en Lagos de
Moreno, la ciudad de Mariano Azuela, Agustín Rivera, Rosas Moreno, González
León, Moreno y Oviedo, Veloz González, Federico Carlos Kegel, Gomezanda,
Bernardo Reyna y don Celestino González, humorista involuntario que tenía a
su cargo los discursos cívicos de los 15 de septiembre y que una vez,
enfadado por la silbatina proveniente del sector de reventadores, improvisó
su poema más poderoso: ``Y si a alguno no le cuadre mi patriótica elocuencia,
que vaya y tizne a su madre y ¡Viva la Independencia!'' Manuel, hijo de la
alta burguesía criolla de la ciudad alteña, estudió con monjas y presbíteros
y empezó a pintar guiado por su madre, por la ``Nana Tata'', compañera de su
azarosa vida y por algún dómine inclinado al dibujo y a ``la perspectiva''. La vida de González Serrano osciló entre los
excesos y las represiones psiquiátricas. San Francisco, Nueva York, México y
el primer piso de la enorme casa familiar fueron los escenarios de su
brillante y errático paso por este ``valle de lágrimas''. Magdalena
Mondragón, Andrea Hancok y Carmen Miranda lo sufrieron, gozaron y apoyaron.
La Castañeda, el Floresta, los Juaninos de Cholula, la Granja de León, las
calles de La Merced y otras calles, cantinas y antros de todos tipos vieron
los ``desfiguros del hechicero''. Lo calmaron con electrochoques y una
desalmada intervención quirúrgica y lo vieron morir el 17 de enero de 1960.
La nota roja de la prensa capitalina dio la escueta noticia de la muerte de
un ``teporocho'' en las calles de La Merced. Ahora, a muchos años de su salida por las
bambalinas, la exposición de gran parte de su obra agrega prestigio a los
salones del Hospicio Cabañas de Guadalajara. Teresa del Conde, A. Zamora y
Ricardo Pérez Escamilla escriben hermosos y esclarecedores textos en el
catálogo elaborado por la Secretaría de Cultura de Jalisco, organizadora de
la muestra. La obra de Manuel habla por sí sola acompañada de sus bien
asumidas influencias: Duchamp, Munch, De Chirico, Redon, Moreau y los
maestros de la Exposición Surrealista montada por Inés Amor en la
Galería de Arte Mexicano en 1940. Pérez Escamilla habla de la influencia del
maestro fray Juan Sánchez Catán en los admirables bodegones de Manuel. ``Yo he sufrido más que Cristo'', dice González
Serrano en una de las obras pertenecientes a la magistral y sorprendente
serie sobre el mártir del Gólgota. Sufrimientos, sí, y al mismo tiempo amor
por la vida, los humanos y los hermosos ``alimentos terrestres''. Todo esto
forma parte de un mundo hecho de gozos y de tormentos. Por eso en su obra se
mezclan los paisajes imaginarios con las vegetaciones de orquídeas genitales,
los retratos de sus compañeros con el del ilustre médico que lo atendió en
los peores momentos y el de la ``Nana Tata'', compañera y ``cirinea'';
bodegones con milagrosas pitayas, bacines floreros, cabezas abiertas o
divididas, cardos y espinos, árboles femeninos, dulces palomas, damas
patrocinadoras, conchas y caracoles, sandías moradas, nalgas majestuosas...
Su talento triunfó sobre los embates de su enfermedad y nos entregó una obra
contrastada, sincera, ``humana, demasiado humana''.
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