EXPOSICIONES: Recordando al Maestro Vizcarra

 

JOSE LUIS MEZA INDA


n pintor tapatío que cabalgó entre dos siglos, el XIX y e XX y que asimismo proyectó su capacidad expresiva entre los estertores del naturalismo académico, el romanticismo y los aires de renovación de las corrientes modernistas, principalmente el realismo impresionista, lo fue sin duda el poco conocido, menos reconocido, pero incuestionable y sólido eslabón de la cadena del desarrollo y de la ininterrumpida tradición en estas tierras jaliscienses en materia de pintores y pintura; me estoy refiriendo al maestro don José Vizcarra (1874-1956), de quien se muestra actualmente, en los salones de exposiciones temporales del Museo de la Ciudad de Guadalajara, (Independencia 684) una variada colección de obras originales suyas, amablemente cedidas por coleccionistas particulares e institucionales, y que en conjunto, integran una muestra de enorme trascendencia y atractivo, tanto desde el punto de vista del documento histórico, como por ser una lección viva sobre cómo un pintor, nacido con talento natural, debidamente refinado con el estudio, pudo proyectar, mediante obras de características relevantemente realistas, una amplia variedad de emociones y sentimientos.
Lo que es mi ignorancia; yo siempre había creído, que antes de Alfonso de Lara Gallardo, no había habido aquí ningún otro acuarelista dotado de superior talento y habilidad, y sin embargo, aunque el maestro De Lara, a mi juicio, sigue siendo quien más se ha acercado a la obra de arte dentro de este difícil género, ahora he comprobado gracias a esta exhibición, que también el profesor Vizcarra fue un excelentísimo cultivador de esta técnica, claramente desarrollada y sustentada en su espléndida capacidad dibujística, destreza que fue la que presidió de hecho toda su obra, desde que dio sus primeros pasos juveniles aquí, en el Liceo de Varones, al lado de su mentor Felipe Castro; después, al brillar y ser galardonado por su implacable capacidad de trazo en la Academia de San Carlos, como finalmente, a lo largo de toda su larga vida, como creador de amenos paisajes urbanos y campestres, de bodegones, naturalezas muertas, retratos, pintor de escenas costumbristas, alegóricas, religiosas y simbolistas, ejemplos de lo cual pueden admirarse en esta exposición, donde observar también se puede, cómo, sin abandonar nunca la solidez de su dibujo, la objetividad del color, la armonía de la composición, Vizrarra trató, en mayor o menor medida, de cobrar conciencia de que las formas, las pinceladas y su tratamiento podrían ir más allá de la impecable representación, del pintoresquismo y de lo anecdótico, para convertirse como dejo dicho, en un vehículo interpretativo de las manifestaciones de la naturaleza, de las edificaciones históricas y lugares citadinos, de la presencia y temperamento de los modelos retratados, tanto los reconocibles, por pertenecer a la alta burguesía, a la clase política, a la iglesia, a las ciencias o artes, como los anónimos, de las clases bajas y desheredadas; esto es: Vizcarra fue un pintor capaz de encontrar siempre en cada asunto, incitaciones que podrían ser testimonios e imágenes de lo propio y reconocible, limpios ya de aquellos exotismos, escenarios pomposos o solemnes rigideces académicas, para volverse obras de pintura muy nuestra, dotadas de estilo y acentos personales, acordes con un nuevo realismo, con una diferente manera de abordarlo, e inmersas al mismo tiempo en las corrientes expresivas de la pintura moderna en general que hacían su irrupción o estaban en boga en aquellos felices y sosegados años.
Quizás obra mucho más abundante, más innovadora, que hubiese alcanzado mayores cotas cualitativas y sorprendentes atrevimientos formales; y quizás también niveles más altos de celebridad no sólo locales, sino nacionales hubiera realizado y alcanzado don José Vizcarra durante todas esas décadas que le tocó vivir en la primera mitad del siglo XX, si se hubiere entregado con mayor asiduidad a cultivar su parcela propia, en vez de sacrificar tanto tiempo en la docencia. Sin embargo, hay que reconocer que este sacrificio no fue vano, pues gracias a sus dotes, a su experiencia y a su solvencia didáctica, el taller del maestro fue, en esta ciudad de Guadalajara, un acogedor nido donde se incubaron parvadas y parvadas de aprendices de pintores tapatíos, muchos de los cuales, generosamente dotados por la naturaleza, pero a la vez acuciosamente preparados por el maestro, vinieron a alcanzar lucidez propia e insospechadas alturas dentro del panorama de la pintura local, nacional e inclusive, internacional.
Justo es pues que el Museo de la Ciudad de Guadalajara nos haya traído a la memoria y puesto ante los ojos esta refrescante exposición con obras originales de un verdadero pintor, sobre todo en estos desgraciados días que corren, colmados de tantos esperpentos y bembadas en esta materia.