Iñaki
Beorlegui (ciudad de México, 1969) se decidió por
la pintura porque, dice, “era lo que más me costaba trabajo”. Lo descubrió
hace 20 años, cuando impartía clases de psicomotricidad
a niños con capacidades especiales: sólo cuando los ponía a pintar, dibujar o
trabajar con plastilina se aquietaba el caos que a
veces se desataba en el salón. “Me dio curiosidad tratar de encontrar lo que
los chavos encontraban, se abstraían
completamente”, recuerda. Ha expuesto su trabajo en lugares como el Instituto
Cultural Cabañas y el ex convento del Carmen, donde en 2003 exhibió la
muestra Nos amábamos tanto, en la que presentó una serie de retratos
de tamaño natural de su familia y amigos cercanos. Actualmente expone en la
galería Pablo Guerrero junto con José Fors y Pedro
Escapa, en una colectiva donde el tema central es la ciudad.
¿En qué te encuentras trabajando actualmente?
Tengo dos proyectos: el primero, en el que tengo tres años trabajando, es
sobre el paisaje agavero. El otro es una serie de
árboles de la zona de la colonia Americana, con la intención de rescatar el
recuerdo de esos árboles antes de que desaparezcan.
¿Por qué te interesa la relación de la naturaleza con la ciudad, el peligro
de esta convivencia?
Es la denuncia de hacia dónde se perfilan las cosas. La referencia del
pesimismo, de la sensación de que a la larga se van perdiendo las cosas. Hoy
en día, si alguien quiere saber cómo era el valle de México la referencia
sigue siendo la obra de José María Velasco. El asunto es ver cómo se
desbordan las ciudades y cómo la presencia del hombre está constantemente
poniendo en riesgo lo natural que nos rodea.
¿Hay alguna relación de esta forma de aproximarse a los paisajes con la
función de la fotografía como registro?
Es una coincidencia entre series de cuadros que he estado realizando. Hice
una serie de retratos de personajes que se relacionan conmigo, y a la
distancia me doy cuenta de cómo pasa el tiempo. En un principio es un
ejercicio personal de trabajo. El oficio es como un abanico: trabajé muchos
años la figura humana, hasta el punto de sentir que había llegado a
dominarla. El desarrollo de mi trabajo, históricamente, ha sido con base en
problemáticas plásticas específicas y personales. La idea de hacer otra vez
paisaje es porque tenía diez años que no me involucraba con este tema. Pero
después vas cayendo en la cuenta de que no solamente responde a la cuestión estética,
sino que vas involucrando también cuestiones de ideas y de posturas ante la
vida.
¿Por qué te interesó el paisaje agavero y no uno
desértico o de la sierra?
El paisaje agavero es muy representativo de
Jalisco. No sé si porque esté out o por las cuestiones del mercado,
hay una actitud de los creadores en la que desprecian ciertos temas, y uno de
los más despreciados por el arte contemporáneo es el paisaje.
¿Cómo ha sido la evolución de tu trabajo?
Veo mi trabajo como un ejercicio de la pintura, y al abordarlo como tal trato
de alejarme de los prejuicios. No me importa estar in o out de tendencias o de lo que ves en las
revistas. Empiezo a desarrollar proyectos en función de lo que se me antoja
pintar. Si tengo que hacer un resumen de estos 20 años de trabajo, creo que
en algunos aspectos he perdido y ganado ciertas cosas. En obras muy viejas
mías veo una libertad que a veces extraño, pero también veo que he ganado
oficio, rigor en el trabajo. Ya no pasan inadvertidos los errores, se
empiezan a convertir en decisiones. Me he dedicado a desarrollar un oficio
tal que tengo suficientes herramientas para estimular la otra parte que es la
de la imaginación, de la emoción en el trabajo.
¿Cómo es ese oficio?
Producto de una terquedad personal. Tiene todo en contra, pero también es
una cuestión de decisión. La vida te va dando ciertos títulos nobiliarios:
tengo un par de obras que son patrimonio de la nación, algunos museos
empiezan a coleccionar mi obra; pero al final solo importa ser consiente de
cómo estas haciendo tu trabajo. Con el tiempo tienes que ir definiendo y
aprendiendo en dónde se ubica tu trabajo, porque las tendencias van marcando
eventualmente el comportamiento de los creadores y hay quienes se van
perdiendo en esa dinámica. En ese sentido, tengo muy claro lo que quiero ser,
y la exposición de Pablo Guerrero respondía a esa estructura, la de tres
creadores que seguimos utilizando el bastidor como medio, los pinceles o las
manos como columna de nuestro trabajo; sin atacar o menospreciar las formas
de expresión de otras personas. Simplemente la mía es ésta, lo que más me
interesa es ser un buen pintor y punto. |