Los grabadores

Escasas noticias que se encuentran acerca de los grabados mexicanos. Caracteres generales que ofrecen los grabados que figuran en libros del siglo XVI: todos son en madera y ninguno está firmado. Procedencia extranjera de algunos de ellos. Los fabricantes de naipes en México. Provisión dictada por el virrey don Luis de Velasco. Insignias para suplir la falta de bulas que mandó abrir el arzobispo don Pedro Moya de Contreras. Empleo de las planchas de plomo. El grabado en cobre fue introducido por artistas extranjeros, y entre ellos, Samuel Estradamus. Grabadores del siglo XVII: C. Rosillo, Antonio Ysarti, Miguel Guerrero, Francisco de Torres Villegas. Antonio de Castro y los grabadores del siglo XVIII: Mota, Francisco Silverio, Santillán, Pedro Rodríguez, Joaquín Sotomayor, Baltasar Troncoso, Balbás, Ponce, Francisco Amador, Antonio Onofre Moreno. Artistas de la segunda mitad del siglo XVIII: José Benito Ortuño, Salcedo, Francisco Rodríguez, José Morales, Francisco Javier Márquez, fray Francisco Jiménez, Sotomayor, Andrade, Manuel de Villavicencio, José Nájera. José Mariano Navarro, y su lámina de la Virgen de Guadalupe. Ignacio García de las Prietas, Parra, Mera, Diego Troncoso, Viveros, Velázquez, Francisco Agüera, José Montes de Oca, Luis Montes de Oca, José Simón de Larrea, D. José Joaquín Fabregat, Águila, Antonio Moreno, J. A. Cevallos. Láminas procedentes de algunas Imprentas. Grabadores del siglo XIX: Manuel López López, Manuel Araoz, D. Pedro Rodríguez, Tresguerras, Montes de Oca y Torreblanca. Datos biográficos de los tres artistas más notables que como grabadores hubo en México: Francisco Gordillo, Tomás Suria y D. Jerónimo Antonio Gil.

 

     Historiadas ya en cuanto ha estado a nuestro alcance las Imprentas que hubo en México durante el período colonial, tócanos ahora seguir con lo que se refiere a los grabadores, tarea en la cual habremos de echar de menos antecedentes de importancia, pero casi imposible de obtener. Valga, pues, en nuestro abono la sinceridad de esta declaración y el saber que son, como no podían menos de serlo, escasísimos los materiales con que hemos contado para la compilación de las noticias biográficas y trabajos de los abridores de láminas, como se les llamaba entonces, que contribuyeron a ilustrar el arte de la tipografía mexicana.

 

     Basta abrir algunos de los libros impresos en México en el siglo XVI para ver que muchos de ellos, desde la portada hasta sus últimas páginas, están adornados de grabados. Un examen más atento manifiesta luego que todos ellos han sido ejecutados en madera y que ninguno está firmado. [226] Tratándose de algunos frontis, de estampas de santos, de escudos de Órdenes religiosas o de letras capitales de adorno, empleadas en extraordinaria variedad de abecedarios, no es difícil de persuadirse de que los impresores que las emplearon las importaron de la Península. En un caso dado, nos referimos al frontis de la Dialectica Resolutio del P. Veracruz, se ha podido establecer que ese molde había sido usado antes que en México, en Londres, y que su procedencia era, por lo tanto, inglesa.

 

     Pero hay otros de esos grabados de ocasión, diremos así, y que han debido ejecutarse para responder a las exigencias de un texto netamente mexicano, y cuyo origen nacional resulta, por eso, evidente; y si bien, como advertimos, ninguno de esos grabados lleva firma del artista que los abriera, poseemos algunos antecedentes que manifiestan que desde mediados de siglo XVI, a más tardar, los había en México que trabajaban en obras similares y que debieron ser los mismos abridores de las láminas con que aparecen exornados esos libros. Tales fueron los fabricantes de naipes, para cuya ejecución se necesitaba de moldes grabados.

 

     Es sabido que los conquistadores eran grandes aficionados al juego. Bastaría, para persuadirse de ello, recordar el caso bien conocido de Mancio Sierra, que jugó y perdió en una noche el sol de oro que le había tocado en el rescate de Atahualpa. Los documentos coloniales de los primeros tiempos están llenos de datos al respecto, que llevan a la convicción de que el juego había llegado a ser una verdadera plaga en las primitivas ciudades hispano-americanas. El hecho no se había ocultado a la Corte española, que por ello se vio en el caso de ordenar por real cédula de 12 de febrero de 1538 que no se permitiese llevar naipes a las Indias .

 

     Ya se comprenderá que si esta orden se cumplió, como parece, los colonos, que no se resignaban a privarse de su pasión favorita, se vieron en el caso de fabricar esos naipes en las Indias. Respecto de México, vamos a dar a conocer un documento que manifiesta que en efecto se fabricaban allí por españoles y naturales (los indígenas) y eso, no sólo en la capital, sino fuera de ella. Es una provisión del virrey don Luis de Velasco, que a la letra dice así:

 

                Yo Don Luis de Velasco. Por cuanto yo soy informado que, estando, como está, proveído y mandado por S. M. que no se pasen ni traigan naipes de los reinos de Castilla á estas partes para excusar la grand desorden que ha habido en el juego y excusar otros inconvenientes, algunas personas, ansí españoles como naturales se han entremetido á hacer y se han hecho en esta ciudad y fuera della naipes y han vendido secretamente, debiendo ser hechos en España; y porque al servicio de S. M. conviene que por ninguna vía se pueda hacer ni hagan naipes en esta tierra, no relevando á las personas que los han hecho en las penas que han incurrido por haber ido contra lo que por S. M. está proveído cerca deste cas: ordeno y mando que públicamente se pregone en esta ciudad de México y fuera della, ningunas personas, de cualquier calidad que sean, no sean [227] osados, por sí ni por interpósita persona, direte ni indirete, hacer ni hagan naipes algunos, ni tener ni tengan moldes ni otros instrumentos algunos para los hacer, so pena de doscientos pesos, digo azotes, y desterrados perpetuamente de todo esta Nueva España: en la cual pena desde agora doy por condenado al que lo contrario hiciere; y mando á los alcaldes ordinarios desta ciudad de México y á todos los corregidores y otras justicias de las ciudades, villas é lugares desta Nueva España que de la execución y cumplimiento de lo contenido en este mandamiento tengan especial cuidado. Fecha en México á treinta é uno de Otubre, digo Noviembre, de mill é quinientos é cincuenta é tres años. -DON LUIS DE VELASCO. -Por mandado de Su Señoría. - Antonio de Turcios .           

 

     Poseemos también la carta del arzobispo don Pedro Moya de Contreras, fecha 24 de enero de 1575, en que habla de las insignias que dice hice imprimir para suplir la falta de las bulas de la tasa de dos reales y de cuatro, se van expidiendo tan bien como las bullas, porque como los indios no saben leer, gustan más de la pintura que de la escriptura, y así, espero en Dios, que aunque se ha perdido algún tiempo por no haber querido el Virrey que se imprimiesen desde que yo lo propuse, han de ser del mismo efecto que las bullas .

 

     Nueva prueba de que por ese entonces había en México quienes supiesen grabar; pero queda siempre en pie el saber quiénes eran esos grabadores. Que entre ellos se contaban algunos indios no admite duda, tanto por lo que consta de la provisión del virrey Enríquez, como porque sabemos también que en los últimos años de aquel siglo el franciscano fray Juan Bautista se había ya empeñado en hacer grabar por ellos las láminas que necesitaba para uno de sus libros, que, desgraciadamente, no llegaron a ver la luz pública.

 

     Es probable también que se comenzase a usar desde muy a los principios, en lugar de la madera, de planchas de plomo. Las de cobre, que tan poco se empleaban por ese entonces en España, fueron introducidas por artistas extranjeros, el primero de los cuales fue, por lo que sabemos, Samuel Estradamus, «antuerpiensis», natural de Amberes, que trabajó en México por lo menos durante los años de 1606-1622 y de cuya pericia nada vulgar nos han quedado algunas muestras .

 

     Los grabadores en cobre del siglo XVII, cuyos nombres podemos recordar, son: C. Rosillo, autor del retrato del P. Castaño, que se halla en la Breve noticia del P. Escalante, publicada en 1679; Antonio Ysarti, que se le ve aparecer en 1682 (559) y cuya nacionalidad desconocemos; Miguel Guerrero, de la Compañía de Jesús, probablemente un simple hermano, que [228] graba la anteportada de la Historia del P. Florencia, y en 1694 la lámina de la Virgen de Tzapopan y la Cruz de Tepique para otra obra de aquel padre; Francisco de Torres, autor del grabado de Cristo que se halla en la Renovación de Velasco, de 1688, y de algún otro; y Villegas, cuyo nombre de pila no aparece, autor de la lámina de la Virgen de Aranzazu del Paranympho celeste de Luzuriaga, de 1686.

 

     En los fines del siglo XVII y hasta casi la mitad del siguiente (1691-1732) se ve figurar a Antonio de Castro, que trabajó en madera y en cobre, y cuya obra más notable y a la vez de más aliento de cuantas hasta entonces hubieran salido de los talleres mexicanos, son las láminas que adornan El sol eclypsado de Agustín de Mora, o sea, la relación de las honras de Carlos 11, dadas a luz en 1701.

 

     En 1712 aparece Mota, sin otra firma, que ilustra con una lámina en folio la Defensa de Lorenz de Rada.

 

     Otro grabador bastante fecundo y contemporáneo de Castro, fue Francisco Silverio, que inicia sus trabajos en 1721 y los continúa durante un cuarto de siglo. Fue autor de retratos, entre los cuales merece notarse, por lo historiado, el de don Juan de Palafox y Mendoza; láminas de imágenes sagradas y santos, la del túmulo de don Juan Antonio de Urrutia, en 1744, y la del «Yconismo hidrotérreo o Mapa hidrográfico de la América Septentrional», de que fue autor Villaseñor y Sánchez y que Silverio grabó en cuatro hojas que miden por junto 48 ½ por 56 centímetros. Silverio trabajó, según parece, hasta 1761, por lo menos, si bien grabados suyos se ven figurar en libros de principios del siglo XIX. Tenía su taller en la calle de las Escalerillas, siendo muchas las láminas de imágenes que salieron de allí, algunas con su nombre y no pocas en tamaño de a folio.

 

     Hasta mediados del siglo XVIII podemos anotar también los nombres de Santillán (1728); Pedro Rodríguez (1732); Joaquín Sotomayor (1731-1738), autor de un plano de Zacatecas, de los retratos de fray Antonio de los Ángeles y fray Antonio Margil de Jesús y de algunas estampas religiosas; Baltasar Troncoso y Sotomayor, que comienza a trabajar en 1743 y graba escudos de armas, la imagen de la Virgen de Guadalupe, la alegoría de Galicia para el libro del padre Seguin (560); Balbás, autor de la anteportada muy curiosa del Teatro Americano de Villaseñor (1746), y de un retrato de Sor Antonia de la Madre de Dios (1747); Ponce, que graba este último año la lámina de Sor María de Jesús de Agreda predicando a los chichimecos; Francisco Amador, autor de las láminas alegóricas que se hallan en El Iris de Campos, o sea la descripción de los festejos de la jura de Fernando VI (impreso en 1748), y que comenzó sus trabajos en 1734; Antonio Onofre Moreno, que graba en ese mismo año el plano que se halla en el Extracto de Cuevas Aguirre y que trabaja por [229] lo menos hasta 1774, dejándonos también el catafalco de Felipe V; el retrato de la monja Gallegos, que figura en un libro con fecha de 1752; las 12 estampas de la Práctica de los ejercicios del P. Izquierdo de 1756, el retrato del arzobispo Cuevas Dávalos, que es del año siguiente; y más dignas de notarse que todas las anteriores, las muchas que figuran en las Lágrymas de la paz, libro destinado a perpetuar la relación de las honras de Fernando VI, publicado en 1760.

 

     La segunda mitad del siglo XVIII es, naturalmente, más abundante de grabados, tanto que, sin dejar de continuar apareciendo todavía las toscas láminas en madera, empiezan éstas a ser reemplazadas desde 1759, más o menos, por otras en cobre. A ese período corresponden los siguientes artífices:

 

     José Benito Orduña, Orduño u Ortuño, que nos ha dejado la estampa de N. S. de Guadalupe (1751) y el retrato de Sor Ana de San Ignacio (1758) y algunas de cuyas estampas de santos se empleaban todavía en 1800.

 

     Salcedo, autor de la estampa de N. S. de Valvanera y un escudo de armas reales, ambos de 1753, y a quien se ve figurar hasta 1758.

 

     Francisco Rodríguez, que lo es de una lámina alegórica que figura en un libro de ese mismo año y que trabaja hasta 1759.

 

     José Morales, que empieza en 1753 y graba la gran lámina del catafalco para El llanto de la Fama o exequias de la reina doña María Amalia de Sajonia, en 1761, y en ese mismo año el retrato del P. Galluzi. Parece que se trasladó en seguida a Puebla de los Ángeles, en los impresos de cuya ciudad se encuentra algún trabajo suyo en 1763.

 

     Francisco Javier Márquez, que se inicia al mismo tiempo que Morales con una estampa de la Virgen de Guadalupe.

 

     Fray Francisco Jiménez, dominico, autor del retrato de don Manuel Rubio y Salinas y del de fray Francisco Pallás y de dos escudos de armas (1755-1756).

 

     Sotomayor, representado por una estampa de la Virgen de la Soledad (1756).

 

     Andrade, que trabaja de 1757 a 1768 e ilustra con dos láminas la Nueva Jerusalén del P. Escobar y graba algunos escudos de armas. Se encuentra todavía algún grabado suyo en 1795.

 

     Manuel de Villavicencio, cuyos primeros trabajos datan de 1762; graba cuatro años más tarde la gran lámina del catafalco para la Relación del funeral entierro de Rubio y Salinas; en el siguiente (1767) las diez y seis alegorías de las Reales exequias de doña Isabel Farnesio; la de la Fe, de la portada de los Concilios provinciales (1769) y la de la Historia de Nueva España; un retrato del P. Alfaro, de 1776, y otro del virrey Bucareli (1779); estampas de santos, escudos de armas, el catafalco de don José de Borda (1779); pero su obra capital, al menos por su extensión, es su Relox Christiano, que es una colección de láminas, todas de su invención, con su respectivo texto, que dio a luz en 1770. Trabajó hasta [230] 1795, o por lo menos en esa fecha se empleó una lámina suya en un libro mexicano .

 

     José de Nájera, que figura con una lámina de San Andrés Avelino (1767).

 

     José Mariano Navarro empieza en 1769 como un artista ya formado, y el arzobispo Lorenzana se vale de él en el año siguiente para encomendarle el grabado del mapa de Nueva España, con que ilustra la Historia de la misma.

 

     Algunas de sus láminas de santos figuran aún en 1808. En una de ellas nos advierte que vivía en la calle de Manrique, y que «abría y encuadernaba» allí. ¡A tales medios se veían precisados a ocurrir aquellos artistas dignos de mejor suerte para poder pasar la vida! Su obra capital es quizás la estampa de la Virgen de Guadalupe, cuyo facsímil damos aquí, de tamaño del original, porque ella, a la vez que muestra del trabajo del artífice, representa la imagen a cuyo alrededor gira toda la historia religiosa de México (562).

 

     Espejo establecido en la calle del Espíritu Santo en 1775 .

 

     Ignacio García de las Prietas tenía su taller en la calle de la Profesa y firma sus trabajos indistintamente con sus dos apellidos. Suya es una estampa de San Felipe Neri, de 1775, un escudo de armas del conde de Revillagigedo y una estampa de un fraile dominico que figura en un libro de 1795; pero su obra capital es un retrato de D. Juan de Palafox y Mendoza, dentro de un óvalo, con muchos atributos y una larga leyenda al pie. No lleva fecha, pero de ésta se colige que debe ser poco posterior a 1787 (564). Su nombre se registra hasta 1802.

 

     Pavía, que abrió algunas estampas de santos entre los años de 1780-1793.

 

     Mera, de quien se conoce una sola muestra de su arte, de 1782.

 

     Diego Troncoso, autor del mapa de las Californias que acompaña a la Relación de la vida de fray Junípero Serra del P. Palau (1787) y que probablemente grabó también el retrato del P. Serra, que figura en ese libro.

 

     Viveros, de quien sólo poseemos dos láminas de santos y que trabajó durante los años de 1787-1795, y la que aparece en un opúsculo de 1819, pero que debe ser anterior a esa fecha.

 

     Velásquez, autor de la gran plancha del catafalco para las honras de Carlos III, grabado en 1789, de quien no conocemos otra cosa.

 

     Francisco Aguera Bustamante, que inicia sus tareas en 1784, grabando las dos alegorías o jeroglíficos de Quirós (565), y trabaja hasta 1805, en cuyo año graba, con gran finura de buril, un frontis y nueve láminas para ilustrar la Novena de la Virgen de Loreto, del P. Croiset. Él fue también quien abrió las láminas para la Descripción de las dos piedras de León y Gama y el retrato del P. Santa María para las Reflexiones del P. San Cirilo, ambas de 1792.

 

     José Montes de Oca, que se inicia con una estampa de la Virgen de Guadalupe, en 1791, autor del retrato del oidor don Baltasar Ladrón de Guevara y que acompaña al Sermón de sus honras predicado por Guridi y Alcozer en 1804; y el de D. Cosme de Mier y Trespalacios, también oidor, que es de 1806; y la lámina del catafalco erigido en la Puebla en las honras de los que murieron en defensa de Buenos Aires (1808).

 

     Pero su obra principal es, en nuestro concepto, bajo el punto de vista artístico, la estampa de la Virgen de Dolores, que anda en tirada por separado (566). Trabajó hasta 1811, por lo menos, y tuvo su taller en la calle del Bautisterio de Santa Catalina Mártir.

 

     Luis Montes de Oca, que bien puede ser el padre del anterior y de quien sólo conocemos una lámina suelta, sin fecha .

 

     José Simón de Larrea, o Rea simplemente, que comienza grabando, en 1793, el retrato de la monja Sor María Ignacia Azlor, después de haberse radicado el año anterior en Guadalajara, a cuya ciudad le había llevado don Mariano Valdés cuando fue a establecer allí la Imprenta, de donde, sin duda, por falta de trabajo, hubo de regresar a México. Además de aquel retrato, debemos contar entre sus principales obras la vista y plano de la ciudad de Zacatecas, de Bernardo Portugal (568), y los del templo de Nuestra Señora de Guadalupe de Querétaro (1803); el catafalco para las honras de fray Antonio de San Miguel (1805); los retratos firmados por él que figuran en la Vida de Desalines, editada por López Cancelada (1806) y la vista del túmulo erigido en las honras de D. Marcos Moriana y Zafrilla, en 1810, y la lámina para la Exaltación de Velasco, edición de 1820, que es también la última obra salida de sus manos que conocemos.

 

     José Joaquín Fabregat, que era director particular del grabado en láminas de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, en cuyo carácter había pasado a México en 1788, sólo figura en esta bibliografía con el frontis y los dos planos del Calendario de Zúñiga, y Ontiveros para 1793 .

 

     Águila, de quien sólo se conoce el escudo de armas de un Virrey, usado en un libro de Beristain de 1797, y que bien puede no ser grabador mexicano.

 

     Antonio Moreno, que figura en ese mismo año y con una estampa religiosa y en 1815 con otra, que acaso sería deudo de Antonio Onofre, de quien hablamos más atrás.

 

     J. A. Cevallos, autor de una lámina satírica publicada en un folleto de 1799.

 

     Cúmplenos advertir que durante la segunda mitad del siglo XVIII y a contar desde 1757, más o menos, comenzaron a circular en la capital del virreinato muchas láminas que no llevaban más suscripción que la de la Imprenta de donde salían, habiendo iniciado esta práctica la de la Biblioteca Mexicana, que fue seguida en esto por la de la calle de San Bernardo, la de la Palma, calle de Tacuba, calle de las Escalerillas, donde trabajaba Francisco Silverio. La de la calle de San Bernardo, especialmente, produjo gran cantidad de esas láminas anónimas, de ordinario bastante grandes, en folio corriente o apaisadas, pero siempre sumamente toscas. Entre las de aquel tamaño citaremos una serie de los Apóstoles, y entre las del segundo, otra de las Estaciones de la Pasión .

 

     Debemos hacer notar también que existen muchas otras láminas, igualmente toscas y en folio mayor, de ordinario copias de las imágenes de mayor devoción en el virreinato, que no llevan firma ni suscripción alguna, y si hemos de atenernos al número que algunas llevan al pie (hemos visto hasta el 925) la serie a que pertenecían ha debido ser abundantísima.

 

     Algunos de los últimos grabadores que hemos nombrado alcanzan a figurar, según se ha visto, en los primeros años del siglo XIX, y corresponden netamente a éste los siguientes, fuera de alguno sin importancia, como Cánepa, que firma el escudo de armas del virrey Iturrigaray y cuya procedencia mexicana resulta dudosa.

 

     Manuel López López, cuyo primer trabajo que conocemos data de 1804, autor de las cuatro láminas en cobre que se hallan en la Vida de Desalines, impresa en 1806. Buena idea de sus estudios, trabajos y proyectos se encuentra en el siguiente aviso que publicó en el Diario de México:

 

                D. Manuel López López, pensionado que fué de la Real Academia de San Carlos y también por esta N. C., ha abierto una imprenta nueva de estampas, en la calle de las Escalerillas, frente de la capilla de las Animas: graba láminas finas á el agua fuerte, en hueco, medallas, sellos, [234] tarjetas, y cuanto toca a su profesión; también tiene una colección de láminas de diversos santos: estampa con finas tintas españolas a fuego: actualmente está dedicado al gran plano de México, cuyo estampado se le ha encomendado por esta N. C. Los que quisieren ocuparle ocurran a la misma imprenta .           

 

 

     En 1814 graba una lámina para «El Pensador Mexicano» y en 1820 la vista de la sala enlutada para las honras celebradas en México por el alma de doña Isabel de Braganza.

 

     Manuel Araoz, que se nos presenta en 1809 como un artista muy superior a López, ilustra ese año con trece láminas la Destreza del sable de Frías, y graba una apoteosis de Fernando VII, que un escritor compatriota suyo ha hecho popular en nuestros días .

 

     De don Pedro Rodríguez, que era profesor de grabado en láminas en la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos de 1810, no figuran en esta Bibliografía otros trabajos suyos que el cenotafio de Lizana (1813) y el de Isabel de Braganza, de 1820. Fue también autor de un escudo de armas que trabajó en 1814.

 

     Mendoza, que aparece representado con una lámina sin fecha en un librito de devoción de 1816.

 

     Tresguerras, que figura con una lámina, en 1818.

 

     Zapata, grabador del Cristo de Chalma, en 1820.

 

     José María Montes de Oca, perteneciente a la tercera generación de una familia de artistas, que se presenta al público en 1814 con su lámina de la imagen de N. S. del Pueblito; ilustra en 1816 los tres tomos de El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi, y en 1820 el Calendario de Zúñiga con un plano de México y mapa de sus cercanías.

 

     José Mariano Torreblanca graba en 1817 el frontis y las cuarenta láminas para las Fábulas de «El Pensador»; en 1818 las seis láminas de La Quixotita y su prima del mismo (Fernández de Lizardi); un escudo de armas; los retratos de Fernando VII y de María Isabel para el Calendario [235] de Zúñiga; y varias otras cosas, hasta 1821, como ser un trofeo de armas, la alegoría de la Constitución para El conductor eléctrico, etc.

 

     De propósito hemos dejado para este lugar dar noticia de tres grabadores en láminas, que lo fueron a la vez en hueco, y cuya celebridad -que es grande y merecida la de uno de ellos- se deriva de los trabajos que ejecutaron en este orden, algunos de ellos sumamente notables, cuyos nombres se registran también en esta bibliografía, y respecto de quienes, por tal título, debemos consignar los datos que hemos logrado reunir. Nos referimos a D. Jerónimo Antonio Gil, a Tomás Suria y a Francisco Gordillo.

 

     Francisco Gordillo aparece representado como grabador en lámina con su «Aparición de Nuestra Señora del Brezo», hecha en 1806, destinada a adornar La más noble Montañesa, de Fr. Plácido Flores, impresa en 1807, y la lámina para el libro del P. Curruchaga, en 1816, que no pasan de ser trabajos vulgares. Su nombre no tendría, pues, notoriedad la que menor, si no fuera que hasta 1817, por lo menos, fecha última en que se le ve figurar como grabador de medallas en la que grabó al matrimonio de Fernando VII y María Isabel, acuñó varias, de diseños y ejecución bastante aceptables.

 

     Tomás Suria había nacido en España por el mes de abril de 1761, y pasó a México como discípulo de Gil. Estuvo de pensionado en la oficina de la talla de la Casa de Moneda desde 24 de diciembre de 1778. En febrero de 1791 partió para Acapulco a fin de acompañar a Malaspina en su viaje de circunnavegación, y en mayo se embarcó allí en busca del paso al Mar del Norte, habiendo regresado a México en noviembre de ese mismo año para continuar en sus funciones, en las que permaneció hasta el 25 de noviembre de 1806; en que fue ascendido a contador ordinario de pagos de tercera clase.

 

     Como grabador de láminas nos ha dejado una de la Virgen, incluída en la Carta apologética de Alcozer publicada en 1790; otra de N. S. de Guadalupe para el Manifiesto apologético de Bartolache, de ese mismo año, y posteriormente algunos escudos de armas.

 

     Sus trabajos en hueco son mucho más notables, habiendo grabado no pocas medallas, y algunas de tamaño, dibujo y composición no superadas por los artistas peninsulares de su tiempo.  En 1813 contaba cincuenta y un años y ocho meses de edad.

 

     Don Jerónimo Antonio Gil nació en Zamora, en España, el 2 de noviembre de 1731. Fue uno de los primeros alumnos que hubo en la Academia de San Fernando en Madrid, la que le pensionó por sus trabajos y aplicación, y a la que ingresó como académico de mérito, en 1760, después de haber obtenido un primer premio de pintura.

 

     Nombrado director de la escuela de grabado en México el 26 de enero de 1778, llevó en su compañía como su discípulo a Tomás Suria, según acabamos de decir, y se hizo cargo de su puesto el 24 de diciembre de aquel año. Diez años más tarde el virrey Flores le nombró fiel administrador interino de aquella Casa de Moneda .

 

     Allí formó la colección de punzones y matrices de letras para la Biblioteca Real, ascendiendo a 6.600 los primeros y a 8.000 las segundas; grabó varios sellos; las láminas de las obras de Palafox; las de las Reinas Católicas, del P. Flórez; las tres medallas de San Fernando, publicadas por la Academia de San Fernando en la distribución de premios el año 1760; las de la Conquista de Chile, un buen retrato de Carlos III y varias estampas de devoción; pero sobre todos sus trabajos sobresalen las medallas, en que se advierte un gusto y una corrección notables .

 

     Además de las numerosas medallas de jura que grabó en México y cuyos troqueles, que ascendían a 101, regaló al Estado en 1793 (577), Gil fue también autor de otra que había hecho acuñar en España en 1776 y de 30 láminas grabadas en gran folio, con cuatro hojas de texto, con el título de Las proporciones del cuerpo humano, que se publicaron en Madrid en 1780.

 

     Gil falleció en México el 18 de abril de 1798

 

     Como abridor de láminas en México, Gil nos ha dejado el retrato del conde de Gálvez y el del hijo de éste, que van al frente de la Recopilación de Beleña (1787), y el del Marqués de Sonora, en las Elucidationes del mismo autor, también de ese año, que son dignos del buril de tan eximio artista. De su peculio costeó en 1788, un sermón de fray Francisco de San Cirilo

 

 Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía.

Tomo I
     José Toribio Medina