FRANCISCO TOLEDO
 
 

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Nació en 1940, en la localidad zapoteca de Juchitán de Zaragoza, tierra caliente del Istmo de Tehuantepec en el estado de Oaxaca.
Muere en 2019 en Oaxaca.

Desde muy pequeño demostró habilidad para el dibujo. Su progenitor advirtió aquella temprana tendencia y permitió al niño dibujar sobre las paredes de la casa paterna.

Tuvo una infancia bastante trashumante. Vivió con su abuelo Benjamín, que era zapatero del pueblo de Ixtepec. También lo hizo en Asunción Ixtaltepec, y en Arriaga, Chiapas.

De su estancia en Ixtepec, Toledo ha recordado que salía al campo a buscar "gulabere", una resina vegetal con que se adherían las suelas y también que dormía entonces en un cuarto rodeado de hormas, plantillas y calzados por vender.

Esta experiencia tendrá claras manifestaciones en la obra del artista.

El abuelo era narrador y al parecer inundó su imaginación infantil con relatos populares donde abundaban los seres fantásticos entremezclados con toda clase de animales y personajes de leyenda.

Tal vez le haya referido entonces la más antigua tradición oral zapoteca: la leyenda de los "Binigulaza", míticos guerreros, sabios y protectores, que en la vejez adquirían mediante oraciones mágicas la capacidad de transformarse en animales.

Según éste relato, aquellos hombres sabios frente a la inminencia de la conquista española, antes que ser dominados prefirieron dispersarse, después de un baile ritual, llevándose con ellos, para preservarla, la tradición de su raza.

A los once años, el futuro artista se instala en la ciudad colonial de Oaxaca, capital del estado del mismo nombre, para cursar allí la escuela secundaria.

Oaxaca, ciudad fundada en 1529 es un crisol donde confluyen las tradiciones zapotecas y mixtecas representadas actualmente por 16 grupos culturales cada uno con su propia lengua y más de 200 dialectos. Cosmopolita y provinciana al mismo tiempo, recibe visitantes de todo el mundo atraídos por su increíble riqueza arqueológica y etnológica, pero mantiene un tranquilo aire de provincias y fuerte presencia de manifestaciones culturales locales.

Esta ciudad, dominada desde las alturas por las cercanas ruinas de Monte Albán, que recuerdan de modo imponente que aquí la civilización se ha desarrollado desde hace por lo menos tres mil años, fue el ambiente donde Francisco Toledo transcurrió su adolescencia.

Con posterioridad, se traslada a la ciudad de México donde asiste al Taller Libre de Grabado de la Escuela de Diseños y Artesanías.

En la gigantesca urbe, heredera de la tradición centralista de la gran Tenochtitlan, el joven estudiante oaxaqueño tal vez haya descubierto como el "guénda", ese "doble" u "otro yo" protector bajo la forma de un animal, con que nacen y son acompañados los zapotecas, se transformaba en el "nahual", su similar mexica.

En 1959 su obra es expuesta en ciudad de México y en Fort Worth, Tejas.

En 1960, a la edad de 20 años, Toledo viaja a Europa. Residirá en París los próximos cinco años. Durante 1963 realiza su primer muestra en una galería parisina.

En 1964 expone en Nueva York, Londres y Toulouse.

Regresa a México en 1965 trayendo consigo una depurada técnica pictórica y la probable influencia de ideas plásticas de diversos artistas de escuelas europeas, como Albrecht Durero, Paul Klee y Marc Chagall.

Desde entonces ha realizado innumerables exposiciones individuales y colectivas en México, Nueva York, Londres, París, Oslo, La Habana, Bogotá, Tokio, Kioto, Oaxaca y Juchitán. En 1980 el Museo de Arte Moderno de México organizó una gran exposición retrospectiva de su obra.

Trabaja en pintura, litografía, grabado, escultura en piedra, madera y cera, diseño de tapices que se realizan en el pueblo oaxaqueño de tejedores artesanos Teotitlán del Valle, cerámica y últimamente también el fresco. Su producción es enorme.

Fundó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca y el Museo de Arte Moderno de Oaxaca y propició la restauración del emblemático monasterio donde funciona actualmente el Centro Cultural Santo Domingo, en la misma ciudad de Oaxaca.

El artista tiene una personalidad huraña y poco comunicativa. Prefiere permanecer aislado y alejado de la especulación que provoca la alta valoración de sus obras. Vive alternativamente en Paris, Nueva York, Ciudad de México, Oaxaca y Juchitán.

El mundo de las creaciones de Toledo es como podría uno imaginarse el mundo de las visiones de un brujo en trance. Una realidad distorsionada pero siempre bellísima, donde los elementos parecen ir gestando su propio ordenamiento y cuya perspectiva rara vez responde a los cánones tradicionales.

Los objetos reconocibles siempre aparecen envueltos en un clima inquietante y expansivo que invita al observador a trasportarse más allá del placer visual. Las explícitas referencias eróticas condicionan de tal modo a quien enfrenta su obra que llevan con frecuencia a imaginar que esas atmósferas cromáticas esconden un camino misterioso hacia el éxtasis.

Parecen la interpretación plástica de un mundo invisible que se esfuerza por volverse real a través de la maestría con que se materializa su creación.

El modo casi obsesivo con que el artista trabaja las texturas y el uso de materiales como la arena o el papel amate contribuyen decididamente a lograr estos notables resultados.

Con frecuencia, algo siempre emerge o está diluyéndose sobre el fondo de sus obras. Las formas se superponen y complementan y muchas veces sólo se aprecian profundizando la mirada y ordenando los elementos de un modo diferente. Las figuras entonces se disocian y recomponen forzadas por el punto de vista adquiriendo nuevo valor.

Ninguna representación suele ser totalmente humana o absolutamente animal. Como en una mitología fantástica estos seres se corporizan de modo diverso. Es un mundo de "chamucos" y "nahuales", es decir de individuos endemoniados y animales mágicos.

En algunas de sus pinturas los objetos "vibran" como si estuvieran poseídos por una fuerza o magnetismo intrínseco que los expande y los exalta. El resultado es el mensaje inquietante y extraño de que es posible percibirlos como seres vivos y que el artista es capaz de introducir al observador en esa visión.

Toledo alude a lo más profundo del alma humana. Como bajo la acción de un curandero oaxaqueño que mediante la "limpia" purifica el espíritu devolviendo al cuerpo su capacidad de pleno gozo, del contacto con su obra siempre se sale enriquecido.

Sus pinturas parecen ilustrar como los cuentos, pero están muy lejos de ser relatos ilustrados. Cumplen en si mismas la función profunda de los cuentos en las culturas de tradición oral, es decir representan la sabiduría popular expresada en mitos y creencias. Si son capaces de impresionar como lo hacen a observadores de los más variados contextos, es porque se aúnan en ellas tanto la belleza plástica y la experimentación estética, como la presencia de formas que son universalmente aceptadas como símbolos.

Cual si fuera un moderno "tlacuilo", un ilustre pintor de códices de ésta época, o un "Binigulaza" redivivo, el artista actúa como difusor de antiguas tradiciones bajo revolucionarias formas, como privilegiado nexo entre conceptos del arte prehispánico y las más audaces tendencias vanguardistas.

La misteriosa obra de Francisco Toledo se constituye así, como los mágicos relatos literarios del inframundo de Juan Rulfo o Efrén Hernández, en una expresión excelsa y contemporánea de los más profundos mitos de la mexicanidad.

Su pintura puede interpretarse como una apasionante metáfora del estado actual de ese fragoroso encuentro entre grandes civilizaciones que tiene a México como privilegiado escenario hace ya 500 años.


 

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"Francisco Toledo", Teresa del Conde – Secretaría de Educación Pública – México 1981.- "Un arte de dos culturas: Francisco Toledo", artículo de Jorge Alberto Manrique, en Aguila y Sol– Revista Mexicana en Argentina - Número 1 – Buenos Aires, septiembre 1996.- "Los hombres que dispersó la danza", Andrés Henestrosa – Secretaría de Educación Pública – México 1986.- "Los Insectos en el Arte Contemporáneo Mexicano", artículo de Sylvia Navarrete, en Artes de México – Número 11: "Los Insectos en el Arte Mexicano" – México 1991.