UNA FALLA EN EL BOMBEO DE PEMEX PROVOCÓ LA TRAGEDIA

Juan Carlos Núñez/ Diego Petersen / Sergio René de Dios

A diez años de las explosiones del 22 de abril de 1992 en el sector Reforma de Guadalajara, fuentes de Pemex revelaron que la tragedia fue provocada por un error de bombeo de gasolina desde la planta de Salamanca.

Los operadores del poliducto en la Terminal de Recibo y Distribución (TRD) de la planta de Pemex La Nogalera, en Guadalajara, el 21 de abril, cerraron 20 minutos antes de lo programado las válvulas que permitían el paso del combustible que procedía de Salamanca. La gasolina Nova dejó de caer en el tanque de la capital jalisciense, pero en la otra punta, en Salamanca, el bombeo continuaba.

Durante esos 20 minutos la presión dentro del ducto fue creciendo hasta que los infinitos puntos de corrosión que tenía ya el tubo cedieron. Cada doce metros el poliducto estaba soldado y por ahí surgieron lo que los técnicos llaman “poros”.

El famoso agujerito, que en un principio las autoridades culparon del desastre, no era uno, sino cientos o miles. En cuestión de horas cientos de miles, quizás millones de litros de gasolina se fugaron y se depositaron sobre el manto freático, entre la glorieta del Álamo y La Nogalera. De ahí se filtraron al colector. 30 horas después, a las 10:05 hs. del miércoles 22 de abril, estalló la tragedia.

Un gigantesco derrame

En la mañana del día 21 los operadores de Pemex en La Nogalera sabían que tenían un gran problema. Se registraba un derrame gigantesco en los alrededores de la planta. El poliducto de acero AG-53 era viejo y tenía una desgaste 50 por ciento mayor a lo permitido por las normas de seguridad. El efecto de la excesiva presión, lo sabían, seguramente había provocado graves daños en el tubo. No se registró una fractura total, pero sí un número cuantioso de fugas.

Las primeras muestras que tomó el personal de Pemex en las alcantarillas cercanas a la planta mostraban una gran presencia de hidrocarburo. No tardaron en llegar a sus oídos los reportes que los vecinos de Analco hacían a los bomberos, en los que se quejaban de fuertes olores a gasolina. La fuga se notificó a las oficinas centrales de Pemex en la ciudad de México. La orden fue clara: esperen instrucciones.

Las instrucciones no llegaron, o al menos no bajaron a los operadores. No fue sino hasta cerca de las 18:00 horas que técnicos de Pemex salieron a las calles a tomar muestras y medir la presencia de gases y explosividad en los colectores.

Elementos del Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (SIAPA) y Bomberos llevaban ya cuatro horas tratando de averiguar qué estaba pasando. Pemex no les informó lo que había sucedido en el poliducto.

Reunión en la alcantarilla

El personal de Pemex trabajaba por su cuenta. Los de SIAPA y Bomberos parecían más confundidos que asustados. La posibilidad de desalojar a los vecinos no se consideró, porque “no teníamos la más remota idea de la magnitud de la fuga. ¿Tú crees que de haberlo sabido hubiéramos estado sobre el colector todo el tiempo que estuvimos?”, dice una persona que trabajó en la zona el día 21.

El entonces gobernador Guillermo Cosío llegó al aeropuerto de Guadalajara poco después de las 9:00 hs. del 22 de abril de 1992. Venía de la ciudad de México y nada sabía sobre el olor a hidrocarburo. En el hangar del gobierno del estado había citado al director del SIAPA, Gualberto Limón, y al director de la Comisión Nacional del Agua, Fernando González Villarreal. Sobrevolarían en helicóptero el cauce del río Verde para observar el punto donde se podría construir la presa de La Zurda. Limón llamó para actualizar la información antes de encontrarse con el gobernador. La explosividad había bajado durante la noche, aunque no desapareció por completo. Le explicó a Cosío la situación. Mientras esperaban a González Villarreal, Limón llamaba periódicamente al SIAPA para pedir informes. Alrededor de las 10:00 hs. volvió a marcar; estaba en la llamada cuando escuchó por el auricular un ruido seco.

¿Qué pasó?, preguntó.

Limón repitió lo que la persona al lado de la línea le dijo: “Explotó”.

El recién estrenado presidente municipal, Enrique Dau Flores, estaba en su despacho. Comenzó su agenda como estaba previsto, con una reunión con el director del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. Un ruido sordo hizo temblar los objetos de su despacho. Tomó el teléfono y marcó con el director de la policía. El colector había explotado.

Cuando Guillermo Cosío se enteró de que la explosión había sido de gran magnitud le pidió al piloto del helicóptero que lo llevara a sobrevolar la zona. Conforme se iba dando cuenta de la magnitud del desastre comenzó a descomponerse. Temblaba. La visión del desastre era mucho peor de lo que cualquier informe telefónico podía describir. La ciudad estaba herida. Un gran tajo, superior a los ocho kilómetros, la cruzaba a lo largo del sector Reforma.

El gobierno federal se trasladó en pleno a Guadalajara. El hotel Camino Real se convirtió esa noche en el centro de operación donde se decidiría el destino político de Jalisco. Luis Donaldo Colosio, recién designado titular de Sedesol; Carlos Rojas, coordinador del programa Solidaridad; Francisco Rojas, director de Pemex; José Carreño Carlón, con poco tiempo en la dirección de Comunicación Social de la Presidencia de la República.

El gobierno federal tomó las riendas del estado. A Guillermo Cosío se le había pedido que esperara fuera de la suite presidencial a que se le dieran instrucciones. Dentro, Salinas citaba a sus colaboradores para llegar a acuerdos sobre tres líneas: los damnificados, la situación de Pemex y el futuro político del estado de Jalisco.

Hacia las 3:00 de la mañana un miembro del Estado Mayor Presidencial comunicó las instrucciones al gobernador: debía pedir la renuncia de algunos colaboradores y específicamente del presidente municipal de Guadalajara, Enrique Dau Flores.

“Nunca pudieron contar las víctimas. A lo más que llegaron era 41 o 42, de ahí no pasaban se cree que fueron 210”.