La fuga de Emilio Abugarade

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La fuga de Emilio Abugarade

Por Redacción
POR JAVIER TREVIÑO CASTRO / SALTILLO, COAH., DICIEMBRE 15, 2005 (VANGUARDIA).- Tal vez, ante las obras que componen su actual exposición “De Búsquedas y Encuentros”, en el Centro de las Artes del Icocult, muchos podrán preguntarse: ¿y dónde están tales características en estos cuadros?

El hecho es sencillo: el maestro Abugarade ha emprendido su propia aventura, su propio “acercamiento a la expresión abstracta”, como dice él mismo. Él, que sabe pintar “académicamente”; él, que había venido ofreciendo al público una producción “convencionalmente correcta”, es decir, avalada por cierta sólida corriente de una gran tradición pictórica, entrega hoy al espectador una colección de obras “abstractas”.

Utilizo comillas porque me parece un tanto precipitado llamar “abstractos” a estos cuadros. La mayoría de ellos son, por supuesto, dignos del maestro Abugarade, pero lo interesante no está en la hipotética meta de ese “abstraccionismo” al que aspiran, sino en el recorrido —milagrosamente visible para nosotros— que estas obras parecen estar emprendiendo en el momento mismo en que las miramos.

Todos estos cuadros constituyen, en efecto, el testimonio de una búsqueda. Pero ¿qué es lo que buscan? Y si buscan, ¿qué es lo que encuentran? Creo que buscan a su autor, como los personajes de Pirandello, y también su propia independencia.

Terminan por encontrarse en una suerte de puente colgante: ¿soy figura o idea?, parecen preguntarse, mientras atraviesan el despeñadero. (Por cierto, ¿figura e idea son opuestos o complementarios?).

La exposición del maestro Abugarade lo muestra como un artista que, luego de dominar con bonhomía las técnicas y los recursos de la academia, se atreve a buscar, a inventar una gramática personal, como en su momento lo hicieran Monet, Picasso, Kandinsky y tantos otros.

Su cambio no es drástico: ni traspasa el arte conceptual, por ejemplo, ni se interna en el uso de materiales o instrumentos “modernos”, como el látex, el láser o la computadora. Se queda con el difícil acrílico, pero hay que ver lo que el artista logra con este pigmento, ya aplicándolo sobre papel o sobre tela.

A primera vista, los cuadros que componen esta muestra pueden parecer similares. No lo son. Hay tratamientos técnicos y temas recurrentes que el artista ha sabido distribuir aquí y allá. ¿Obra del azar? Tal vez, pero todo eso se revela en estos cuadros, que pueden fácilmente agruparse siguiendo diversos criterios. Ninguno de ellos es igual a otro, aunque sigan caminos paralelos.

La exposición es una especie de sencillo mandala: varios caminos conducen a un centro, cuyo punto de irradiación es, por supuesto, la propia pintura. ¿Cuáles son esos caminos? Varios, si se mira esta muestra con atención.

Algunos cuadros brindan la representación de formas que quieren ser “abstractas”, casi siempre sobre un fondo de color más o menos oscuro y matizado (“Ensueño”. Acrílico/tela, 2005).

Otros tienden a una texturización contenida, que queda suspensa entre la figura propiamente dicha y una aspiración abstraccionista (“Metamorfosis”. A/t, 2004). Otras obras quieren convertirse en abstracción “pura” (“Precipitaciones ígneas”. Acrílico/papel, 2003). Otras más permanecen definitivamente en una especie de figuración evocada (“Pensamientos encadenados”. A/t, s/f).

Los personajes que transitan este mandala pueden adivinarse fácilmente: rocas, flores, palomas, gaviotas, frutas, muebles, columnas, frontispicios despojados de ornato... Pero hay un personaje invisible cuya presencia domina este mundo pictórico: el Tiempo.

Todo en estas obras está despidiéndose de sí y de lo que alguna vez fue. El espectador asiste a la desintegración de las cosas, a la aniquilación que el Tiempo impone a todo lo que está o habita (en) este mundo, sujeto, como sabemos, al ineluctable devenir.

Estos cuadros son un himno en sordina a ese devenir. Lo que vemos no se ha ido aún: está yéndose ante nuestros ojos sin que podamos hacer nada para impedirlo, exactamente como sucede en la vida.