Saskia
Lumosi y sus tías de ojos naranja
I En la casa marcada con el número 13 Del Callejón de las Agujas Vive esta niña buena, Una impasible niña buena. Aprenderá a volar observando a las mariposas Derramará siete copas de vino tinto sobre un vestido demasiado rojo Su vestido. Dejarán de ser su única luna las frías luces de las bombillas Cuando por fin se beba al blanco dragón que flota en la redoma. Y sus tías definitivamente no la extrañarán. II
A Saskia Lumosi,
la única inquilina de la casa marcada con el número 13 del Callejón de las
Agujas, nadie le había advertido nunca de los riesgos de abrirle la puerta de
la casa a cualquiera. En ocasiones se encontraba compartiendo el
pan y la sal con algún personaje salido de un basurero, o con los pantrosísimos limpiadores de chimeneas que dejaban las
huellas estriadas de sus grandes botas por todas partes, o peor aún, con
algún catrín de pipa y guante sin un céntimo que no obstante estar comiendo
de su mesa osaba mirarla como si le estuviera haciendo el favor. En estas ocasiones
Saskia tomaba su platito y subía a su cuarto dejando al o los personajes en
turno en poder no solo de la cocina, sino de toda la casa. Y después de oír el quejido
de la puerta avisando que ya no había nadie bajaba a limpiar el cochinero que
dejaban tras ellos, lavar los platos, quitar el cochambre de la estufa y
fregar las huellas, todo esto enfundada en su inseparable vestido rojo.
Lo bueno es, pensaba ella, que siempre,
tarde o temprano, acaban yéndose. Y así era, hasta que llegaron las tías. . III
Saskia
Lumosi contaba con un tesoro secreto.
Bajo
las sábanas de su cama guardaba una redoma de cristal llena de un
transparente líquido rojo, dentro de esta atmósfera flotaba, no muy diferente
a un niño dentro del útero de su madre, un diminuto dragón blanco.
Algunas noches el dragón
giraba y se movía, entonces Saskia despertaba con una sensación muy extraña,
un ansia inmensa de abarcarlo todo que casi le arrancaba lágrimas. Cuando
esto sucedía se acurrucaba dentro de su larguísimo
pelo castaño, esperando que el mundo volviera a encajar en sus goznes. En medio de una noche como esas en las que el mundo se movía
llegaron las tías. Sonó el timbre y Saskia acudió a abrir como siempre, o sea sin
preguntar quien es, sin usar la mirilla primero, desprovista del mas mínimo
asomo de prudencia. Entraron tres mujeres como una exhalación, altísimas en la
oscuridad de la noche. Saskia no había visto gente igual, sus cabezas se perdían en la
negrura de las vigas del techo, llegaba a sus oídos de forma ensordecedora la
manera en la que sus pesados vestidos barrían el suelo. Entonces flotó en el aire un sonido lastimero como el de una
camada de gatitos recién nacidos. Eran las voces de las mujeres. Una de ellas se inclinó sobre Saskia, ésta
solo vio el fondo azul moteado de rosa de su vestimenta cuando sintió el
tacto de la mano de la mujer en su mejilla, áspero como papel de lijar. -“ Acabarán
yéndose ”- Saskia se acomodó el sombrero, había pronunciado la frase en voz
alta – “ Siempre es así ”. Las mujeres respondieron algo, Saskia no
les entendió. IV
Pero pasaron siete días y no se iban. Saskia pensó que era una semana, pero el
tiempo es algo harto extraño en El Lado Equivocado de la Ciudad, y bien
podían haber pasado meses sin peso específico que en el alma contabilizaría
como sólo semanas. Las mujeres, a excepción de una memorable
ocasión en la que le ofrecieron entre sonrisillas desdentadas una copa de
vino tinto, ignoraban a Saskia por completo. En esa ocasión Saskia declinó la bebida y decidió
salir un momento a la calle, caminó unos cuantos pasos cuando sintió un
hormigueo en la nuca, se volvió para descubrir en el balcón a decenas de
metros de altura a la mujer del manto azul con puntos magenta. Tenía su
mirada naranja clavada en ella. El Callejón de las Agujas se encontraba
inusualmente iluminado, el invisible ayuntamiento formado por la familia de
la calle Perlanke había instalado cientos de
farolas en el que consideraban uno de los lugares mas
oscuros del Lado Equivocado de la Ciudad, un lugar desde el cual no se podía
ver la luna. Pero los faroles encerraban en sí mismos un
gran espectáculo, a Saskia le gustaba sentarse a esperar cuando alguna
mariposa atraída irresistiblemente por la luz se posaba en el cristal
caliente de algún farol...observar su capacidad de volar le alegraba el
espíritu de tal forma que entonces, cuando una de ellas finalmente se posó en
la lámpara frente a ella, Saskia, llevada de un súbito impulso dijo en un
susurro: -“ Te invito a mi
casa, es la del número 13 ”. La mariposa entendió lo que Saskia le dijo, pues son los
suspiros y susurros la lengua de estas criaturas. V
Saskia volvió a
su casa para encontrar la despensa vacía, una solitaria botella de vino y
siete copas eran todo lo que albergaba. Se fue a la cama
algo triste y con hambre, pensando con ingenuidad esperanzada que como ya no
había nada de comer, las mujeres partirían al amanecer. Saskia dormía con
la mariposa azul posada en la cabecera de alambre de su cama, un silencioso
centinela, la primer criatura que la niña del enorme
sombrero negro hubiera invitado a su casa. Pero la quietud
de esa noche habría de romperse, una sombra azul se cernió sobre la durmiente
Saskia y el dragón de la redoma que sujetaba en su mano. Saskia abrió los
ojos alarmada pero sin moverse ni emitir sonido, el áspero tacto de una mano
sobre su cabeza la había arrancado bruscamente de un sueño lleno de alas
azules y charcos de luces amarillas. La misma mano
descendió entonces hasta la redoma y la deslizó fuera de la mano crispada de
Saskia. A lo lejos, alcanzó a oír la afanosa respiración de la segunda mujer
y el taconeo nervioso de la tercera. Sola en el
desnudo cuarto, desencajada, Saskia se incorporó decidida a seguirla. VI
Lo
que fuera que las mujeres estuvieran haciendo las tenía excepcionalmente
contentas.
Sus
risas inundaban la casa con una resonancia perturbadora. Saskia estaba
teniendo verdaderas dificultades identificando de donde venían las
carcajadas.
La presencia de
Saskia, una llamarada roja en medio de los pasillos empapelados de verde
avanzaba sigilosa como una sombra, con los ojos cerrados y las manos
tanteando las paredes no se percató de su inusual escolta; una volátil mancha
azul con antenas, su invitada. Por fin las
encontró. Estaban las tres
alrededor de un enorme caldero hirviente, las caras resecas contraídas en
muecas de alegría, sus sombras danzando fluctuantes en el suelo de madera. Saskia se
encogió, buscaba frenéticamente aquello que le había sido robado cuando
descubrió lo que iluminaba el secreto aquelarre, el fuego que hacía hervir lo
que estuviera dentro del caldero. Era su dragón, de
la diminuta redoma colocada cuidadosamente en el suelo brotaba una flama
brillantísima, de un tono mas intenso que el mas
luminoso de los faroles. Y estaba pasando
algo más, una de las mujeres, con gesto casi despreciativo, arrojó una
mariposa muerta al caldero burbujeante. De pronto la
invadió un invencible cansancio y una sed devoradora. VII
El aquelarre de las mujeres tocó a su fin. Tanteando entre la oscuridad Saskia
encontró la redoma y el dragón, escuchaba las voces de timbre lastimero de
las mujeres alrededor suyo mientras un sentimiento desconocido inundaba su
alma. La mariposa le susurró algo al oído. La niña del vestido carmesí no tenía
palabras para ponerle nombre a lo que encendía su espíritu. Derramó una solitaria lágrima que no era de
tristeza. VIII
Esa noche no terminó con Saskia acurrucada en la cama como
siempre. Tras el aquelarre de las mujeres brujas,
frente a la alacena vacía, Saskia llenó las siete copas con el fino vino
rojo, lo único comestible que quedaba en la casa. Vació el contenido sobre su vestido,
observando como éste intensificaba su tono carmesí. Luego, de acuerdo al susurro de la
mariposa, y tras besar reverentemente el cristal tras en que flotaba en la
ingravidez el pequeño dragón, se lo bebió de un solo golpe. -“ Es tu corazón
”. Eso era lo que le había dicho la mariposa
en un suspiro. IX
Por la diminuta ventana redonda de la
alacena entraba una luz plateada, una luz que Saskia jamás había visto, la
emitía un enorme disco plateado suspendido entre las nubes. La luz del satélite iluminó un rincón de la
alacena, en el brillaba el cristal de decenas de frascos en cuyo interior
flotaban mariposas muertas. Ahora comprendió porque cada vez tenía que
esperar cada vez mas a que las mariposas
descendieran sobre el Callejón de las Agujas. Desde aquella noche, siempre pudo ver la
luna. X
Al día siguiente las tías se levantaron para encontrarse con una
enorme sorpresa. La mesa estaba primorosamente
dispuesta para ellas. Les pareció que por fin la patosa criatura del infinito
cabello castaño estaba captando cual era su función tras semanas de parecerles
extrañamente ausente y perpleja.
La vajilla sobre la mesa estaba pintaba con
exquisitas flores rosas. Una mariposa azul adornaba la pared como un
si se tratara de un prendedor de zafiro. Luego se harían cargo del insolente
insecto. Saskia Lumosi
apareció en el comedor portando una sopera que despedía un delicioso aroma. Las mujeres tomaron asiento mientras la
niña de la críptica sonrisa vertía sopa en sus platos. La arrogancia les impidió ver que estaba
completa. Y demasiado tarde se dieron cuenta de las
alas de mariposa que flotaban en el caldo. Los miembros se les agarrotaron y la
garganta se les cerró en medio de un grito. Su lengua de por sí ininteligible
se tornó balbuceante mientras hilillos de baba
colgaban de sus labios. Las manos correosas de venas como finas cuerdas se
crisparon en vano en torno al elegante mantel rosa y el único testigo de sus
últimos jadeos indignados fue la silenciosa criatura de las alas como aguas
zarcas. Saskia Lumosi iba
de salida, el corazón le latía como nunca lo hubiera sentido antes. Quería ver la luna. Siempre habría tiempo para limpiar. |