LOS
PERSEGUIDORES
Diana Martín Segura
I
Desde niños nos
perseguimos, tú y yo
Yo a ti en la corteza de un árbol,
Tú a mí en las nervaduras de un pétalo...
II
Ella se despidió del árbol, iban a cortarlo porque era peligroso.
Demasiado alto, demasiado frondoso, los feroces vientos que acompañaban a las
tormentas de julio podían derribarlo sobre la casa, dejarlos damnificados.
Pero ella
nunca lo entendió, sopesó la vida centenaria del árbol en un platillo de la
balanza y la casa de cemento en el otro...no, para ella era simplemente
absurdo, se preguntó si alguna vez dominaría la lógica sin sentido de los
adultos. Un día viajaría a tierras lejanas y vería un techo con un agujero
hecho ex profeso para que el tronco del árbol del jardín pasase y elevara sin
amenazas sus ramas al sol.
Guardó un
trozo de la corteza del árbol condenado dentro de su caja de lápices.
Él salió a la
calle tras cortar todas las flores que asomaban a las macetas de su casa, lo
invadía la angustia desesperada de tener que hacer algo para impedir la llegada
de lo inminente, bajó las escaleras con la cubeta llena de agua en una mano y
el ramillete de flores en la otra, a 30 centavos las tasó y, mientras
esperanzado observaba a cada peatón pasar frente a su recién nacida florería,
un pétalo violeta se desprendió de una de las sobresaltadas corolas que ya no
mas sentía la dicha de la pertenencia.
Cerró su
diminuto puño en torno del pétalo, él siempre había creído en un sitial
paralelo donde los niños del mundo compartían sus miedos y esperanzas, cerró
los ojos y hacia allí se dirigió.
Ese día su
padre había abandonado la casa..
Guardó el
pétalo caído dentro de un libro.
III
Son infinitos los hilos conductores,
Nos han llevado a través de reinos
inenarrables...
IV
Los antiguos creían que las
estrellas no eran sino nudos formados entre la maraña infinita de hilos
conductores del universo, entre este lado y el otro.
Ya había pasado el momento del
tiempo-niña desde aquel día, y los años de adulta empezaban su rápida marcha, a
ella nunca le había pesado la soledad hasta hacía poco, cuando había trepado al
tejado en un impulso hormigueante y contemplado las estrellas.
Había pedido un deseo.
Él dormía sobre la azotea de su
casa, ajeno al deseo que tejía hilos áureos en torno a su figura dormida.
V
A lo largo
del tiempo-niño él se había convertido en un cazador, un atrapador de eternidades dentro de su caja de maravillas, el brillante ojo vítreo era una
extensión de los suyos propios que veían el mundo con los colores invertidos.
Ese día, la
328 se detuvo con un estrépito de fierros frente a
él, un señor invidente estaba al frente de la unidad, a él no le causó mayor
conflicto, pensó que una persona que no se abandonaba únicamente a lo que veían
sus ojos era mas de fiar que aquella que sólo de sus ojos se vale, así que
saltó dentro, detrás de él solo una niña solitaria que debía pensar lo mismo.
Ella iba
sentada hasta atrás del camión, le gustaba hacerlo así porque tenía una mejor
vista de sus compañeros de viaje, ella, a través del tiempo-niña se había
convertido en una filtradora, por el tamiz de sus ojos entraba el mundo, para
volver a salir a través de sus manos, por conducto de sus lápices.
VI
Ella y él se miraron no por
primera vez, se habían visto ya, hacía mucho, cuando el crepúsculo no había
caído aún sobre el tiempo-niño de ninguno de los dos.
La vida y la muerte viajaban en
el mismo camión, también habían confiado en el chofer invidente.
Los dos no lo sabían, pero
estaban hilvanados en la misma trama.
VII
Y entre ese mapa aracnoideo
Lleno de vida, tejido por la muerte,
Mi corazón comprendió al tuyo...
VIII
Marco era un amigo de él...como se le había
metido en la cabeza que su bicicleta estaba en celo, la amarró en la parte mas alta de un farol.
Ahora, la
forzadamente casta bicicleta era uno de los adornos del barrio, - Como si al
barrio de él le faltaran cosas mágicas – pensaba ella - Había una casa de
fachada fantasmagórica habitada por una muchacha que nunca había dejado el
tiempo-niña y que adoraba por igual las rosas amarillas que sonreírle a los
extraños, una churrería que no vendía churros precisamente de azúcar, un galán
septuagenario de sombrero de copa y un beso que él le regaló entre el sonido
suave de un río poblado de peces plateados que confluían hacia ellos, peces que
un fantasma blanco trataba de hacer morder en su anzuelo desde el balcón de un
viejo caserón.
El fantasma
podía tomar uno si quería, en ese momento él y ella atrajeron a todos los peces argénteos que les bastarían para alimentarse el alma por un
siglo o dos.
IX
Hubo luminosidad sin
parangón en El lado equivocado de la Ciudad, sin descanso él y ella se
buscaban, se perseguían y se encontraban, hubo quien aseguró haber visto cisnes
sobre los botes de basura y transfigurarse un centenario portón de madera
carcomida en un portal desde donde se podía ver un cerro verde centellear como
un puñado de esmeraldas.
El amor de dos hizo vibrar
el mapa infinito de cientos.
X
Persiguiendo al inasible
Buscándote en mí, yo buscándome en ti....
XI
Había danzón
en el zócalo de El lado Equivocado de la Ciudad.
Ella
observaba a las parejas viejas deslizarse por el suelo con lágrimas en los
ojos.
Pues mientras
duraba la larga ausencia de él en su búsqueda de redención ella había surcado
el Gran Mar dos veces para ir a su encuentro, y ahí, en tierra extraña, entre
cuatro paredes, se revelaron las partes heridas y frágiles de los dos....el
eclipse de luna de ella, el voraz padre adoptivo de él...esa noche aprendieron
de la muerte que el amor es permanecer al lado del otro, hueso a hueso,
manteniéndose erguidos en medio de la adversidad, conteniendo el impulso de
salir corriendo.
Por fin se
durmieron abrazados, sin cisnes ni peces de carabina, sólo con el latir del
corazón del otro por arrullo.
A partir de
esa noche, cada vez que elevaban los ojos al cielo éstos se les inundaban del
polvo de oro del los miles de vasos conductores de El Plan Que Está En Eterno
Movimiento.
De todo esto
se acordaba ella al sonreírles a las decenas de parejas que ya no eran
tiempo-adulto ni tiempo-niño, sino tiempo-eterno.
El danzón en
realidad era una metáfora de la vida.
XII
La costa del Gran Mar se
extendía ante ellos hasta donde alcanzaba la vista.
Con el nuevo
conocimiento de saber donde se habían sentido por primera vez, ella y él
intercambiaron las reliquias de sus
tiempos-niño...él
tomó con reverencia el trozo de corteza del árbol al que ella se aferrara en un
desesperado gesto de despedida que quiso ser salvación tanto tiempo atrás, ella
tomó con sumo cuidado el arrugado pétalo morado que marcara el día en el que él
se angustiara por primera vez como adulto aún cuando sus años pudieran contarse
con los dedos de una mano.
Entonces él
lanzó la corteza al mar, las olas no tardaron en regresar un pequeño bote firme
y flexible, ella extendió el pétalo, y lo extendió y lo extendió hasta obtener
una enorme vela que ató al mástil mientras él empujaba el bote mar adentro.
Y aunque la
pareja de perseguidores se aventuró al Gran Mar para no volver, se dice que no
padecieron hambres ni sed, pues los peces argénteos regresaron para
alimentarlos y los cisnes guiaron su rumbo.
XIII
Somos como el ocho yacente,
tan sin final y tan efímeros
como nuestras luchas y
nuestras eternidades
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