Lavinia Borromeo

Diana Martín Segura

 

I

 

No sé si es el sordo rumor del teatro repleto,

O el crujido que al herirlo con brillantes tacones de aguja emite el escenario...

Tal vez es el nombre aristocrático pendiendo de la marquesina,

¿ Podrá ser el abandono total al lamento de sus violines y contrabajos ?

 

Creo que podría ser el reflejo de la mano enguantada sobre el micrófono cromado,

Muy seguramente el asombro que resbala en los vacíos pozos negros que inútilmente añoran ser ojos,

O la voz sentida llegando a los propios oídos a través de la resonancia del cráneo....

 

Pues me niego a pensar que el piar de las aves que he capturado en los interminables minutos de mi vida tenga algo que ver;

 

En el diario vertido de tabaco en la larga pipa a lo cornucopia,

En el cargar de grueso rímel las pestañas y tapar con ligero trapo insinuante las anchas caderas, el pecho caído, el vientre ligeramente abultado...todas las noches,

¡ Soy una gran artista !

 

Benditos sean los pájaros, dichosos ellos, no ven el largo espejo...

He escuchado el rumor,

¿Qué cosa dice?, ¿ Liberarlos ?

 No podría,

Me contienen dentro de ellos...

- Lavinia Borromeo

II

 

   La noche y toda su humedad se le pegaban al rostro, le inundaban los ojos, se le arrebolaban en las largas pestañas, le resbalaban por el ondulado cabello.

Prender el tabaco nunca había consistido tan titánica tarea, los fósforos se encontraban casi todos arruinados, el agua en su estado más inasible había enroscado su etéreo puño alrededor de ellos.  El baúl y sus cuatro pies ( los del baúl ) le servían de improvisado asiento en aquel callejón lóbrego al tiempo que escrutaba las sombras en busca de alguna chispa de luz.

De pipa y guante aguardaba nada la mujer de largos tacones de aguja mientras un súbito júbilo se reflejó por partida doble en sus ojos; la chispa del fuego del último fósforo seco nacía con un discreto chisporroteo.

 

 Otra forma de moverse como no fuera a la manera insinuante y esquiva del humo que brotaba como una pesada niebla blanca desde las profundidades de su pipa le era desconocida, sus formas de mujer  parecían tomar sustancia sólo bajo el doble influjo de su contoneo y el deslizar de la frágil tela sobre ellas.

 

Conocía la naturaleza de los infinitos fantasmas que añorantes se asomaban a los balcones, encantaban los camiones del transporte público y poseían por igual a los basureros que a los puentes y las bicicletas...ahh, ¡ Cómo no iba a saber de esos menesteres ! Habiendo sido una de ellos una vez, hacía tantísimo tiempo, tantísimos minutos.

En todo esto pensaba al aspirar el tabaco, nada la obsesionaba más que el enigma de la materialidad, de lo tangible, estaba harta hasta la punta afilada de su paragüas de lo abstracto, de lo invisible, de lo inasible.

Y sin embargo, fue solo a travéz de la recolección de su espíritu fragmentado ( como el de todos los fantasmas )  en miles de pájaros alrededor del mundo que había podido adquirir sustancia y forma.

 

Su fiel baúl de pies humanos ( otro fantasma materializado ) sin fondo ni límites en su capacidad de contener, albergaba las jaulas en las que su alma piaba a veces ensordecedoramente y otras tan armónicamente que Lavinia Borromeo (  ése era el nombre que había adoptado ya que le parecía un nombre muy terrenal ) casi no tenía que posar los pies sobre los adoquines para caminar.

III

 

   Esta vez el humo blanco de la pipa atrajo algo más que una decena de pájaros.

Llegó uno, rojo como una gota de sangre cargada de oxígeno, tan intenso era su tono que emborronó bajo su vuelo los grises del Lado Equivocado de la Ciudad. Otro par de ellos, tan negros como si vinieran desde el lado oscuro de la luna, se metieron juntos en una jaula diminuta que Lavinia había confeccionado con sobras de alambre.

 

Las sombras negras al fondo del callejón no eran fantasmas, de haberlas sido, los hubiera ignorado por completo.

 

Pero no las ignoró, las envolvió en su mirada y en el humo de su pipa, el negro de las túnicas se hizo evidente al contrastarse éstas con la blanca niebla que el tabaco quemado había originado, las aves no salieron de sus jaulas, ni siquiera al tener las puertas abiertas, Lavinia ya lo sabía, ellas no saldrían, les gustaban, estar junto a ella era su lugar.

Por encima de sus negras túnicas, el blanquísimo cutis de las sombras que no lo eran resplandecía, y los ojos completamente negros eran como abismos sobre la nieve. Los rostros no expresaban emoción alguna, sin cejas ni boca, sus sombreros encasquetados sobre las cabezas apenas se movían, no se apreciaba el movimiento normal de las piernas bajo las pesadas indumentarias.

 

Las aves recién capturadas piaron suavemente.

 

Entonces Lavinia comprendió que llevaban máscaras.

Y algo más, se dirigían hacia el edificio de deteriorada marquesina que apenas un momento hace que había dejado atrás.

Tarareando una insípida cancioncilla, los tipos de las máscaras impasibles penetraron en el Teatro.

El último de ellos se volvió y le sonrió a Lavinia, invitándola a seguirlos.

 

-  Pero si trae una máscara...no pudo haberme sonreído...podría jurar...       ¿ Me sonrió ? ” – murmuraba Lavinia al recoger apresuradamente sus jaulas al ritmo del sonido de contrabajos que ahora inundaba el callejón.

IV

Sus viajes alrededor del mundo la llevaron invariablemente al Gran Mar,        ( todos los caminos llevan al Gran Mar, ya es cosa tuya si decides atraversarlo o darte la vuelta ) desde cuyas costas llamó a los pelícanos          (  a esos no había forma de hacerlos entrar en una jaula ) para que le señalaran el camino.

Y al otro lado, casi llegando a la imprecisa línea del horizonte pudo divisar las altas cúpulas, los edificios de punta de aguja, los puentes de piedra, la aracnoidea red de tendederos... sentada en su baúl sobre las lisas aguas aspiró por primera vez el perenne olor a lluvia y a melancolía y a coros de almas cubiertas por brillantes paraguas empapados de El Lado Equivocado de la Ciudad.

 

El teatro no era tal, era el tiatro ”,  los personajes de las máscaras la recibieron con gran algarabía,  como a un familiar que no se ha visto en años.

Los sujetos ( incluso había un perro con máscara ) habitaban el teatro. Lavinia los tomó por una especie de mimos, se expresaban con cortantes gestos de manos, bufidos y revoloteos de tela, algunos de ellos se deslizaron hasta el fondo de un pasillo como si fueran las piezas de un gigantesco tablero de ajedrez, y trajeron consigo varios instrumentos de cuerda, violines, viola, contrabajo...Lavinia observó con vivo interés el pandero que colgaba tímidamente de la mano del último sujeto, sus platillos vibraban casi imperceptiblemente, el perro soltó un gañido por debajo de su máscara.

 

Querían crear música con ella.

 

Lavinia siempre bailaba sola, con el mero acompañamiento de la música que le brindaban los cantos de  sus aves enjauladas, por eso esto era más de lo que jamás hubiera esperado de esa parte del mundo, lluviosa, oscura, extrañamente viva a cada paso;  desde que había tomado tierra había vivido fenómenos que en toda su vida de fantasma no hubiera esperado percibir nunca, una fachada de cierta casa era una cara colgelada en un grito, ( ¿ o era en un bostezo ?) las flores se marchitaban regando su color como acuarelas aplicadas a  un papel demasiado acuoso, los basureros hervían de ojos espiralados, los gatos caminaban en hilos delgados como cabellos que a su vez servían de tendederos a vestidos que parecían contener figuras huecas, formadas sólo de aire...

V

 

Y  bailó con ellos, al son de sus contrabajos ( ése era el sonido del callejón ) de sus violas y violines, con las jaulas de sus pájaros pendiendo de su sombrero y de sus manos.

Las cuerdas de un venerable contrabajo vibraban como las alas de un colibrí bajo las diestras manos de uno de los mimos, cuerdas tan delgadas como los barrotes de las jaulas eran acariadas con enorme delicadeza hasta arrancarles el lamento que arrebataría a Lavinia, que la llevaría al abandono, al sonido de esa música, se olvidaba de que en el fondo era un fantasma, de que hacía tiempo estaba perdida, de que tenía hambre y frío, de que tenía miedo despojarse de sus ropas y descubrir que no había nada abajo...

 

 

VI

 

Los carteles que anunciaban el acto de Lavinia Borromeo aparecieron afuera del Teatro muy pronto.

 

El baúl con pies escupió muy oportunamente el micrófono cromado que frenéticamente buscara (cinco minutos antes de tomar las tablas para ser más precisos ), aprovechó la pequeña demora y observó su reflejo deformado en él, los labios rojos como el pájaro que atrapara en su primera noche en aquella ciudad, los ojos sombreados que enmarcaban las pupilas trémulas, la mano enguantada...

 

Pudo sentir en los pies el crujido de  las fibras de la madera del escenario, en la mano derecha el micrófono, en la izquierda un fragmento de su alma, a su inseguro taconeo enmudeció el rumor de la multitud que abarrotaba el tiatro, las caras blancas, las máscaras, podría jurar que había expresión en ellas, un punto de luz en los negros pozos oculares....sonrió, ya no viviría en una estrella que languidecía en la noche...y lenta, cadenciosamente, comenzó a  desgranar su canción.

 

 

VII

 

Todas, absolutamente todas las funciones de Lavinia resultaban en un lleno total, no le parecía extraño que los asistentes siempre fueran tipos como los moradores del Tiatro, gente de largas túnicas y máscaras impasibles,  pensó que los nativos de la ciudad debían ser todos así.

 

Sucedía que, a veces, Lavinia observaba expresiones en los rostros blancos de los “ mimos ” del Tiatro, podía jurar que se volvían más y más expresivos conforme pasaban los minutos. Los moradores del Tiatro vagabundeaban por sus pasillos, asomaban la cabeza antes de doblar las esquinas, retozaban alegremente en su camerino sin decir una sola palabra; frente al largo espejo ante cuya córnea mirada translúcida Lavinia se aplicaba los delicados afeites: la línea negra sobre los párpados y la cera roja sobre los labios. En tan delicado ritual a veces no la dejaban en paz, pensaba que era debido a su creciente popularidad, sin embargo, algo que a veces la intrigaba era que el teléfono negro al otro extremo de la mesa de maquillaje no sonara... ¿ Dónde estaban las legiones de fanáticos que sin duda ya deberían haber tratado de hacer contacto con ella ?...

 

Los pájaros piaban cada vez con mayor frecuencia.

 

Y no era porque tuvieran hambre.

 

VIII

 

Once largos minutos pasaron, el pájaro rojo de la primera noche se estrelló contra los barrotes de su jaula, un montoncillo de plumas escarlata volaron en todas direcciones, vistas desde la silla alta del camerino, reflejadas en el largo espejo, eran gotas de sangre.

 

Pero Lavinia no tuvo tiempo para ponderar este extraño fenómeno, las tablas la llamaban, la función debía continuar.

 

Al lado de la intensidad de las plumas sobre el suelo, los labios de Lavinia palidecían, no estaban más vivos que los grises cielos de la ciudad.

 

Además... ¿ Qué importaban unas plumas ?...frente al escenario, Lavinia estaba viva, era tocada...vista...no como los fantasmas o los sin-paraguas, los eternos olvidados.

 

 

 

 

 

 

IX

 

La gente de El Lado Equivocado de la Ciudad suspiraba de lástima al pasar frente al Tiatro, al mirarlo evocaban la misma sensación que da estar parados frente a la tumba de un ser querido, llevaba siglos de abandono, algunos de los más ancianos entre los ancianos recordaban lo que eran los espectáculos dentro de sus muros, espléndidos collages de música y luz que se deslavaron junto con el color de la ciudad.

“ Pero lo más especial de la estructura ” – comentaban los viejos a travéz de labios cuarteados – “ ....es que no se sabe que albergue ningún fantasma, debe ser la única de la ciudad que este libre de ellos...”

 

X

 

El pájaro rojo seguía perdiendo plumas.

 

Fue una noche muy especial, aquella en la que los sujetos del Tiatro le obsequiaron algo a Lavinia.

Ocurrió momentos antes de salir a enfrentar al público, ( lo había entrevisto a travéz de un agujero que ella misma horadó en el telón, los rostros pálidos eran tantos, que se perdían en el horizonte del fondo del Tiatro ) mientras se hacía un lío con los vuelos del vestido.

Era una máscara, blanca, con suaves líneas rojas y rosas corriéndole por los pómulos y las mejillas a manera de lágrimas,  los dobles pozos negros le devolvieron la mirada a Lavinia de una forma que hizo que se le erizaran los vellos de la nuca, presintió el vacío del silencio, oyó trinos de pájaros en la lejanía.

 

Poniéndose la máscara, tomó el escenario.

 

Silencio.

Trinos.

Asientos rotos de costuras reventadas, vacíos, tantos, que se perdían en el horizonte del fondo del teatro.

Trinos.

 

 

XI

 

El silencio era ensordecedor, le traía recuerdos que creía olvidados...

Recordó cuando una vez, hacía tantísmo había sido poseída en el más íntimo de los abrazos, cómo, inmediatamente después,  presa de una súbita inspiración había capturado su primer fragmento de alma.

Los sujetos del tiatro no existían, ni su cálido público o su reconfortante abrazo, al menos no como ella lo creía.

Hacía mucho que no lloraba.

Los fantasmas no lloran, ¿ verdad ?, entonces...¿ Qué era esa sal que sentía en los labios, robándoles su poca humedad ?...

Unos pasos a su espalda la hicieron volverse, su baúl estaba ahí, conteniendo todas las jaulas, el micrófono cromado pendía de la abertura que hacía las veces de boca.

Decenas de pares ojillos negros la miraban tras delicados barrotes, los vió lastimados, medio desplumados...probablemente de tanto golpearse contra el impasible alambre.

 

Un día, miles de minutos después, a cientos de kilómetros de ahí,  ponderaría en lo profundo de su mente acerca de la magia que operó esa noche.

 

 Tomó el micrófono, se sentó frente a la inmensidad del teatro vacío y entonó su canción, resumiéndose a sí misma mientras liberaba una a una las ( alma ) pájaros:

 

“ Esto es lo que tengo,

Caminos grabados en mis pies

Grandes dudas,

Pequeñas certezas

Y muchísima esperanza...”

 

 

Dejó al rojo para el final...y cuando extendió las alas y emprendió el vuelo, el  arco carmesí que dejara congelado en el aire le recordó a Lavinia que era hora de volver al camino.

 

Conservó la máscara, para no olvidar.