CARTA DE "EL CORREGIDOR" A MARIA IZQUIERDO
(Publicada en el diario "La Crónica" de Lima, el 28 de julio de 1950)


Callao, 11 de setiembre de 1944.

A la artista americana doña Maria Izquierdo, en el Hotel Bertolotto, en San Miguel, a la hora del almuerzo, frente al mar, devotamente.
Amiga nuestra:

No almorzará usted mal su último almuerzo en esta tierra desnutrida, ya que lo compondrá Juanito Bertolotto, hombre de añeja tradición almuercística, bajo la crítica severa y tajatriz del doctor Juan Francisco Valega, el dietatologista del Perú más caracterizado, cuyos ojos verdones y tamaños descubrirán defectos que su fraseo corto y contundente traducirá ipso-inmediato.
La penas ponen tónico: reponen. Y yo tengo gran pena de no estar con usted a la despedida. No me hará mal. Pero, más pena albergaría si fuese a despedirla, ya que despedir es dejar ir, siendo así que no es cierto que usted se va de entre nosotros, para siempre jamás no volver nunca, puesto que nos deja su alma clara. No en muchos lienzos, creo yo; empero, en trato espiritual: pinta más la personalidad que la pintura de los tubos.
Yo hubiese querido escribir un artículo sobre su arte, para atenuar en su corazón el efecto aguanoso de la zambicholería opinadora; pero, ya yo no escribo en escritura, porque los criollos hemos perdido el uso del arte de escribir: las leyes del Estado prohijan el silencio, ese silencio de nuestros patios viejos, que es tan cómodo, donde apenas resalta la gota de agua isócrona de la destilera golpeando el botijón, o la repitería palabrosa del loro... Entonces los escritores del país, que si tienen pistolas las empeñan, hemos descubierto una admirable forma peruana de escribir verbalmente en una oralidad callada, que todos nosotros entendemos de perlas...
¡Habrá que aprender a pintar para decir nuestras verdades, ya que los bípedos notables entienden el lenguaje de ustedes, los pintores, un poco peor que el nuestro, los plumarios! Juan Francisco Valega, con quien converso diariamente hace veinte años, me ha dicho, el otro día, que yo he dicho esto de usted:
"América ha sido un continente sin infancia. La vejez nos la trajeron los españoles en galeones. La infancia de América comienza con Maria Izquierdo."
Yo no sé si he dicho eso, velos de alcohol consutilaban mi memoria. Pero, Valega es uno de los hombres más veraces que he tratado en mi vida. Y acepto esa frase como mía, porque, además, mi almario privativo no la rechaza como extraña.
Es así. Yo no sé si pinta usted bien o pinta mal porque yo no entiendo de pintura. El que entiende de pintura, pinta. Yo no hablo de las pinturas, sino de los pintores. A mí no me pregunten de la pintura de José Sabogal, nuestro cajabambino irrefutable; ni de nuestra limeña Codecido, esa chola magnífica; ni de nuestro cajamarquino, mi compañero Camilito Blas: habladme de ellos, de los cholos, personales, auténticos e inconfundibilizantes...
¡Mi tesis, admirable Maria, la de que América es un continente sin infancia, es una tesis tan mala como la mejor y puede tener larga vida porque a mí no me importa que sea mentira.
Pasemos en materia.
En nuestra América (¿no es cierto Maria?)
Miente la filosofía, que está regentada por todos los hombres que en América quieren que la verdad no se sepa.
Miente la política, que es la concentración de fuerzas dispersas al servicios de pocos.
Miente la ciencia, que nadie sabe lo que es.
Miente el arte, que es un amontonamiento de convencionalismos repugnantes.
Miente la economía.
Miente (¡y qué bien miente!) la estadística.
Mentimos todos.
Entonces... ¿Cuál es el camino de la verdad?
¡Ir a la infancia!... Y todo el que en América busca algo cierto, está regresando hacia su infancia.
No creo decir un disparate, afirmando, que en el arte de usted está la fuente castalia donde irán a abrevar, en adelante, todos los artistas de América que quieran encontrar la "carretera americana"...
¡Cuánto podría decirle, amiga nuestra!
¡Cuánto se me habrá de quedar en el cintajo de mi tipewriter, por poltrón y perezoso que soy, esperando los últimos segundos para escribir malos renglones.
Pero eso sí, esta carta es con continuará, como las novelas por entrega. Acépteme esta entrega, por lo pronto y déjeme que la abrace muy apretadamente, con permiso de mi tocayo, el gordísimo roto cholo de Uribe, mi amigo amabilísimo.
Suyo, admirador agradecido.

El Corregidor