Carlos Villaseñor (1849-1920)
La vida (tríptico), 1890
Óleo sobre tela, 196 x 140 c/u
Colecciones particulares

 

Se conoce relativamente poco de Carlos Villaseñor, y lo que sabemos de él no anuncia un pintor simbolista; sin embargo, el tríptico que ejecutara en 1890 nos permite incluirlo dentro de la nómina de artistas mexicanos que hicieron eco de las preocupaciones simbolistas. Sus especialidades fueron el retrato y la pintura de bodegones. No obstante la corrección en las proporciones de las figuras del tríptico lo señalan como un aprovechado discípulo de Gutiérrez, de quien fue alumno en Guadalajara.

Esta obra demuestra que Carlos Villaseñor estaba al corriente de las tendencias artísticas y literarias de su época, por lo menos desde 1877, ya que de aquel año es un Autorretrato en el que Villaseñor aparece ejecutando un boceto de lo que será el lienzo central. Sin embargo, el tríptico no fue terminado sino hasta 1890, época de madurez del artista que coincide con los años de triunfo del simbolismo. Uno de los tópicos de la iconografía simbolista son los cuerpos que levitan o que simplemente parecen contradecir sus condiciones materiales, adoptando una fragilidad o aspecto de levedad, que es común a muchas de las obras maestras del movimiento: recordemos algunas de las figuras, en especial femeninas, representadas en las obras de Gustave Moreau, Odilon Redon, Jean Delville, Alexander Séon, J. White Alexander, Edward Burne-Jones, entre otros.

La delicadeza y levedad de los cuerpos, semejantes a los de los ángeles, acaban confundiendo los tipos masculino y femenino, creando unos seres andróginos. Llama la atención también el que estos cuerpos leviten o floten en paisajes irreales, paisajes que pertenecen al mundo de los sueños y no de la realidad. Algunas de estas formas de representación se habían anunciado ya en el romanticismo, pero como muy bien señalaba Jean Clair, "si para el romanticismo el paisaje era un estado del alma, un lugar en el que la mirada se asienta y descansa, el simbolismo nos invita a una inversión de la fórmula: es el estado del alma el que se convierte en un paisaje, pero un paisaje vacío". El hombre de fin de siglo realizó un esfuerzo desesperado por volver a conectar los lazos entre las representaciones despedazadas del sujeto, para "volver a captar una unidad del Yo que las fuerzas dislocadoras ósueños, pulsiones venidas del inconsciente, automatismos psíquicos, las acciones de los reflejos, pero también las nuevas enfermedades del alma, las neurosis, las histeriasó han puesto en peligro".

Los simbolistas perciben el mundo y al hombre como algo efímero, sin peso ni sustancia, en el que sólo son evidentes aquellos aspectos más inestables: los colores, los contornos, los sonidos. Los filósofos que más influyeron en ellos, Schopenhauer y Nietzsche, sostienen ideas que llevan a la representación de imágenes siempre en movimiento, efímeras, en estado de continua disolución, que expresan el desquiciamiento del alma. Hay artistas que parecen menos trágicos ócomo sería el caso de Villaseñoró pero nunca faltan el enigma y la ambigüedad. La idea misma del tríptico otorga a la obra un carácter aleatorio, de acertijo o charada. El orden de las piezas que lo componen no es evidente. Aunque el tríptico lleva el nombre de La vida, todas sus piezas aluden también a la muerte. Así, por ejemplo, el lienzo con la muerte de la joven. Su abundante cabellera, el manto que cubre una parte de su cuerpo, los brazos cruzados, la actitud plácida, nos traen a la memoria la extraordinaria Piedad de William Blake, el patriarca del simbolismo.

La escena central con la figura del ángel de la guarda es ambigua y abre varios posibles significados, sobre todo tomando en cuenta que uno de los niños tiene los ojos cerrados y parece empujar al otro al precipicio. La serpiente alude al paraíso terrenal y al drama de Caín y Abel. De golpe el lienzo ha perdido su carácter inocente y nos advierte de los dos grandes pecados: la soberbia (desobediencia de Dios) y el "No matarás". La última escena, aunque simboliza el nacimiento, la vista de la calavera apela a la muerte.

El ciclo de la vida fue uno de los temas más recurrentes del simbolismo. De hecho, como muy bien señala Fausto Ramírez, ya el romanticismo alemán (Ph. Otto Runge, por ejemplo) lo había tratado de manera muy semejante a como lo tratarán los simbolistas de la segunda mitad de siglo. En realidad se trata de ciclos de la vida que no tienen nada que ver con los tiempos cronológicos humanos o con los espacios terrenales habitados. Siguiendo el tópico romántico, la luz representa la noche o los momentos de transición, en este caso el nacimiento y la muerte. Esta luz contribuye al clima de ambigüedad de un tríptico que lleva el título de La vida y que, sin embargo, parece celebrar la muerte.

En su tentativa de restaurar los lazos entre el mundo espiritual y el mundo material, las imágenes simbolistas ósean literarias o pictóricasó recurren sistemáticamente a la representación del cuerpo inmaterial, volando, suspendido, desafiando las leyes físicas y naturales. El simbolismo reacciona en contra de los realismos que habían llegado a dominar el arte y la literatura de mediados del siglo y pretende recuperar el alma, por vías religiosas, esotéricas o simplemente espiritualistas.

 

MONSERRAT GALÍ BOADELLA