Texto: Beatriz Quintanar
Este singular tamaulipeco de extraordinaria sensibilidad nació en Ciudad
Victoria, en el seno de una familia con marcadas inclinaciones hacia el
arte. Siendo muy joven y ya habiendo iniciado su vida pública como
caricaturista en El Mundo de Tampico, abandona su ciudad natal en busca de
mejores oportunidades y se traslada a Nueva York.
Asentado en aquella urbe, a finales de la década de los treinta formó parte
de un grupo de artistas integrado por Rufino Tamayo, José Juan Tablada,
Matías Santoyo y Miguel Covarrubias,
entre otros; durante esa época perfeccionó su técnica del dibujo y su
habilidad en el manejo cromático.
Bohemio de corazón y poseedor de un gran carisma, al regresar al país
instaló su taller en la calle de Pescaditos, en la ciudad de México, donde su
fuerza creadora produjo obras de enorme valía. El taller pronto se
convirtió en punto de reunión de incontables artistas y poetas que todas
las noches se daban cita ahí, donde había espacio para todos y donde la
música y el caldo de botella (los alimentos que Sarita,
su compañera, preparaba con lo que cooperaban los asistentes y con la venta
de las botellas vacías de la noche anterior) no podían faltar.
Alfonso X. Peña pintó murales en París, Los Ángeles, Caracas, Mazatlán y
Cuernavaca, y realizó importantes exposiciones en España, Estados Unidos,
Italia y Francia. En 1950 recibió la medalla José Clemente Orozco y siete
años después obtuvo la medalla de oro como muralista en la Exposición
Internacional de París.
A pesar de la maestría de su obra y de los reconocimientos que se le
hicieron en su época, Alfonso X. Peña es uno de los grandes artistas que
han sido poco valorados. Hoy en día su obra sólo es apreciada por un
selecto grupo de coleccionistas.
Fuente: Tips de Aeroméxico
No. 30 Tamaulipas / primavera 2004
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