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Guadalajara apapacha a Alejandro Colunga
La
espera terminó. A partir de hoy, tanto el Museo de las Artes de la UdeG como
el Instituto Cultural Cabañas mostrarán la obra del tapatío. Guillermo
Sepúlveda, curador de la muestra, señala que no se trata de una muestra
retrospectiva, sino una “exposición panorámica”. En las esculturas se puede apreciar el imaginario que el pintor ha
desarrollado, también, en sus cuadros. Foto: Tonatiuh Figueroa PÚBLICO 4-Septiembre-08 Qué hay dentro de las entrañas de
un gato? Hay ratones, muchos. Hay, también, magos, arlequines y payasos.
Máscaras, músicos, cristos, lunas. Zapatos, muchos zapatos. Una carpa de
circo. Todo eso se encuentra en la panza del gato que, a partir hoy, abre sus
fauces en el Museo de las Artes de la UdeG y que sirve como umbral para
ingresar a la exposición Maravillas y pesadillas de Alejandro Colunga.
1968-2008, muestra que significa el regreso del artista a los recintos
tapatíos y que no se limitará a los muros y pasillos del recinto
universitario, sino que tendrá otra sede en el Instituto Cultural Cabañas. Las
piezas suman cerca de 200. Alejandro Colunga afirma que una exposición de
esta naturaleza “tarda en organizarse entre dos y tres años”, pero la que hoy
se inaugura se realizó en menos de un año porque, agrega: “Estos baquetones
me avisaron hace ocho meses. Sunny Ramírez [directora del museo] nos retó a
hacer la expo en un tiempo muy corto”. Y es que, además de las piezas que
recopilaron entre coleccionistas de Monterrey, Puebla, Guadalajara y el Museo
Amparo, la exposición incluye obra reciente que, dice el artista tapatío,
“implicó un sacrificio físico, mental y espiritual, pero valió la pena.
Dejamos el corazón, amor, cariño y, sobre todo, el alma”. Para
esta ocasión, el Museo de las Artes de la UdeG habilitó todas sus salas de
exposición para recibir la obra de Colunga. Desde la recepción —donde
conviven pinturas, una de sus tradicionales sillas y jaulas que reproducen
los antiguos instrumentos de tortura— hasta el patio interior, donde se
colocó una lona simulando una carpa de circo. También se habilitó el pequeño
auditorio, donde se proyecta en repetidas ocasiones una serie de fotografías
del artista combinadas con fragmentos de una autobiografía, que son vistas
por las siluetas de un arlequín, un par de ratones y un espectador con
bombín. La ambientación de los distintos espacios corrió por cuenta de Daniel
Liebsohn. Una vez
que se atraviesa el gran mural que, simulando las fauces de un gato gigante,
marca la entrada al grueso de la muestra, destacan dos salas: una gran
galería donde se aprecian distintos zapatos que, sin su respectivo par,
recrean todas las formas habituales en el imaginario de Colunga. El otro
espacio es una especie de capilla, dominada por un cristo de hule espuma que,
en lugar de brazos, tiene extendidas dos alas de avión y que desde las
alturas domina una serie de reclinatorios plagados de ratones y pequeñas
figuras. “Se prohíbe volar” y “No se prohíbe nada” se lee en dos placas de
mármol. “Hace
cuatro años entré en una gran depresión. Pensé en ya no pintar, quería
retirarme. He recuperado la fe que había perdido. Soy un hombre nuevo que
tiene mucho que dar”, señala Colunga y, con respecto a las piezas que se
verán tanto en el Museo de las Artes como en el Cabañas, señala que “pueden
gustarles o no, pueden disfrutarlas o no, pero ahí están y se hicieron con
gran esfuerzo y valentía”. Aunque lamenta no haber podido ocupar más salas en
el edificio que alberga al museo, el creador señala que se exhibirán piezas
de formatos más grandes en las afueras del recinto. Respecto al reencuentro
con obras realizadas tiempo atrás, el artista plástico señala que es como
toparse “con el hijo pródigo: es un reencuentro feliz, extraño, con un hijo
que tuve, se fue y que tenía muchas ganas de volver a ver”. Guillermo
Sepúlveda, responsable de la curaduría de la muestra, señala que el valor de
ésta radica en que “Alejandro Colunga es uno de los artistas más importantes
del siglo XX, no sólo en México sino del arte mundial”. El curador señala que
hace 35 años se acercaron para pedir su opinión sobre el arte jalisciense y
“de lo que revisé, nada servía para nada. Luego vi que en la lista estaba
tachado el nombre de Alejandro Colunga y pregunté por él. Me dijeron que lo
olvidara: que era un loco, un roquero al que le gustaba alterar el buen gusto
y que, dijeron, ‘gracias a Dios se había ido a vivir a Brasil’. Entonces dije
que era al artista que estaba buscando”. Tras muchos años de trabajar con
Colunga, Sepúlveda afirma que el principal reto de la curaduría de esta
muestra fue “dejar constancia de la genialidad de Alejandro y demostrar que
sigue siendo el mismo”. Y, agrega, esta no es una exposición retrospectiva,
sino panorámica. Por su
parte, María Inés Torres, directora del Cabañas, señala que Maravillas y
pesadillas de Alejandro Colunga. 1968-2008 es un merecido homenaje al
tapatío, porque aunque es reconocido fuera del país, en Jalisco se ha seguido
“con la misma tónica de no reconocer a nuestros talentos. Es importante que
Alejandro se sintiera apapachado en su tierra, quizá por primera vez”. La
exposición tendrá, hoy, dos inauguraciones: la primera, a las 20:30 horas en
el Museo de las Artes (López Cotilla 930) y la segunda a las 21:30 horas en
el Cabañas. La entrada en ambas sedes es libre. Guadalajara
• Édgar Velasco
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Crónica: La otra exposición Mundo mágico y callejero El arte
urbano es una pieza clave en el trabajo de Alejandro Colunga. Guadalajara
cuenta con distintos ejemplos de sus piezas, que sirven para propiciar la
interacción, día a día, con el público.
Tanto en
Plaza del Sol, como en la explanada del Instituto Cultural Cabañas, la gente
interactúa con las piezas del artista tapatío. Foto: Público PÚBLICO 4-Septiembre-08 Alejandro Colunga asegura que uno
de sus principales intereses artísticos es el arte público. Y Guadalajara es
una muestra de ello: regadas por diferentes puntos de la ciudad aparecen, de
pronto, esculturas creadas por el artista tapatío y que, en su mayoría,
sirven para el solaz de los espectadores. Por
ejemplo: cuatro fuentes hay en Plaza del Sol. En ellas hay una escena que se
repite, sobre todo por las tardes: niños jugueteando con el agua, lanzando
chorros al vecino y, de paso, salpicando a más de un comprador. De las cuatro
opciones, hay una que destaca porque no sólo ofrece agua. Hay bronce al
servicio del usuario: cinco esculturas de Alejandro Colunga, reunidas en
torno a una fuente. Y es ahí donde los niños dan rienda suelta a sus
habilidades como escaladores, se convierten en pequeños reyes sentados en
tronos gigantes, juguetean con los chorros de agua que salen de los respaldos
sin importar quién los hizo o cuánto valen. Lo importante es jugar. Rodeadas
de locales, tiendas departamentales, islas de telefonía celular y demás
negocios, las esculturas del artista tapatío son atractivas sólo para los
niños. Los adultos van de aquí para allá y la mayoría no repara en la
existencia de las obras: caminan apresurados, quizá para llegar a una cita;
hablan por el celular; charlan con los amigos; cargan bolsas. En cambio, los
niños sí que ven las esculturas: corren a los chorros de agua, se mojan la
cabeza, piden subirse al gran trono que en todo lo alto exhibe, en su
cabezal, un Sol que contempla a los peatones. Sentado
al lado de la fuente, don Jesús Jiménez observa de reojo cómo juguetean los
niños. Pero sólo de reojo, porque tiene que estar pendiente de su negocio:
vende globos frente a las esculturas. “Todas me gustan”, responde cuando se
le pregunta cuál es su favorita. Acostumbrado a ver a los infantes —y
ocasionalmente a venderles un globo— dice que es una buena idea la de las
esculturas, “sobre todo para los niños”. Lo mismo opina Néstor Alfonso Pino
López, que toma fotos a granel: a sus hijos, juntos y separados, y a la
familia entera. “Están muy bien porque los niños se divierten, además que se
ven bonitas”, asegura y explica que, como viven cerca, visitan la plaza cerca
de tres veces por semana. Siempre, agrega, la visita incluye una escala en
las esculturas. ¿Y quién las hizo? “No sé, no hay ninguna placa. Deberían
poner, porque luego le preguntan a uno y no se sabe qué responder”, bromea
antes de seguir tomando fotos. Pero
Plaza del Sol no es el único lugar. Los niños también hacen de las suyas en
la explanada del Instituto Cultural Cabañas, donde hace años se instaló La
sala de los magos. Paso obligatorio para los turistas que visitan el edificio
Patrimonio de la Humanidad, las sillas-magos de Colunga sirven también como
escenario para las fotografías y para el esparcimiento de la gente. Como
ocurre, también, con La rotonda del mar en Puerto Vallarta, con la
“Silla-Pato” que se encuentra en el ex convento del Carmen y con el conjunto
que recién inauguró en las nuevas instalaciones del Sistema Jalisciense de
Radio y Televisión. Porque
no se necesita ser coleccionista para disfrutar del arte de Colunga. Basta
con, como ha dicho el tapatío, “ser como un niño. Ellos tienen la llave de lo
mágico”. Y él se encargó de poner puertas regadas por la ciudad. Édgar
Velasco |
A todo Colunga
El artista
plástico regresa por sus fueros a lo grande. Foto: Marte
Merlos Despliegan el Musa y el Cabañas maravillas y pesadillas Alejandro
Alvarado MURAL
Guadalajara, México (4 septiembre
2008).- Convocados están carismáticos y extraños magos, payasos de locura,
ratones y objetos inertes que adquieren rostro. Todos
estos personajes conforman un repertorio de pinturas, esculturas, dibujos e
instalaciones de la exposición "Alejandro Colunga, Maravillas y
Pesadillas 1968-2008" que, a partir de hoy se despliega en dos sedes: el
Museo de las Artes de la UdeG (Musa), y el Instituto Cultural Cabañas. "Sigo
siendo el rockero, vago y loco, no he cambiado. No soy
el mesías sino el Rolling Stone de la pintura", se describió el artista
que vuelve a exponer en tierras tapatías, después de 34 años. Cargada
con más de 200 piezas, la muestra significa para el creador una muestra digna
de su trabajo, así como el regreso de la fe que perdió hace cuatro años en una
depresión que casi lo aleja del oficio. "Es
un sacrificio físico, mental, espiritual muy tremendo, ese sacrificio valió
la pena, estamos dejando el corazón, amor y cariño, sobre todo el amor que es
lo que sostiene la muestra, soy uno de un gran equipo (que la preparó en ocho
meses)", dijo el artista. "Prometí
a Suny Ramírez (directora del Musa) que encuerado me iba a venir en
bicicleta, arriba de un cable, de una esquina a otra si un día este recinto
se convierte en museo completo, ahora es medio museo, tenemos muchas
limitaciones de espacio, no cupieron piezas grandes". El
curador de la exposición, Guillermo Sepúlveda, señaló que las obras en sí, la
ambientación del Musa que evoca a carpas de circo, una capilla y hasta una
zapatería, conforman una descripción de la vida del artista, quien toma sus
personajes de la imaginación, sueños y vivencias. "Alejandro
Colunga, Maravillas y Pesadillas 1968-2008" se inaugura en el Museo de
las Artes, a las 20:30 horas, y después en el Instituto Cultural Cabañas, a las
21:30. |