Manuel Felguérez: Tres estaciones  

Por:  Antonio Espinoza

 

Corría el año de 1961 y en el cine Diana de la Ciudad de México era inaugurado el primer mural abstracto en la historia del arte mexicano. Su autor, Manuel Felguérez (Valparaíso, Zacatecas, 1928), pertenecía a un grupo de jóvenes artistas que unos años antes se había rebelado en contra del nacionalismo artístico representado por la Escuela Mexicana y el muralismo. Frente al arte ideológico patrocinado por el Estado, aquellos jóvenes rebeldes (que hoy conocemos como la Generación de Ruptura) opusieron una pluralidad de expresiones vanguardistas como propuestas de una nueva pintura mexicana. Con la firme idea de cambiar el rumbo del arte, de sanearlo y despojarlo de telarañas ideológicas, los jóvenes rupturistas iniciaron la lucha contra un arte nacionalista agotado y caduco, que había visto pasar sus mejores años para convertirse tan sólo en un discurso retórico.

El mural escultórico de Manuel Felguérez fue un parteaguas en la historia del arte mexicano pues rompió con el muralismo tradicional. El joven artista demostró, para disgusto de Siqueiros, que había otras rutas para el arte mexicano y no sólo la del arte de mensaje social, nacionalista y revolucionario. Recurriendo al concepto de la integración plástica, Felguérez realizó la obra monumental en el cine Diana utilizando chatarra y valiéndose de la técnica del ensamblaje. Con esta sólida obra que rinde homenaje al cine, el maestro inició una intensa aventura mural cuyo capítulo más reciente fue la inauguración el 24 de septiembre de Teorema inmóvil, obra monumental ubicada en el costado oriente de la explanada del Auditorio Nacional.

Ante el espléndido mural de hierro patinado en plata que hoy día podemos apreciar en el Auditorio Nacional tenemos que darle la razón a Octavio Paz: “El arte público de Felguérez es un arte especulativo”. Abstracto, asimétrico, sólido en su factura y con cierta apariencia “industrial” por los gruesos tornillos que lo rematan, el mural teorético de Felguérez (probablemente su obra mural más lograda), encierra el enigma de su nombre. Teorema puede ser dos cosas: la conclusión de un estudio matemático o una proposición que exige demostración. El artista parece jugar con esta ambigüedad para plantearnos un problema inmóvil y sin solución aparente.

Yo no dudaría en calificar toda la obra de Manuel Felguérez como arte especulativo. Lo que sucede es que de todos los artistas de la Generación de Ruptura, Felguérez es quizá el que ha dotado a su obra de un carácter más intelectual, dándole siempre un sólido sustento teórico. Su primera estancia en Europa (1949-1951) le permitió adentrarse en las corrientes vanguardistas de la época. En París asistió a los talleres de escultura de Brancusi y Zadkine. Con una nueva concepción del arte, regresó definitivamente a México en 1955 para unirse a otros jóvenes rebeldes e iniciar la lucha contra el arte oficial.

En los años setenta Felguérez se inclinó por la pureza del color y las formas geométricas. Pero es un hecho que desde los inicios de su carrera el artista ha sumado al impulso poético la voluntad de orden. Por eso es que cuando retomó el informalismo y volvió a la organicidad de la forma, la geometría permaneció. Más recientemente, a partir de los años noventa, el artista ha sometido su pintura a un proceso de síntesis en el que los elementos líricos se combinan armónicamente con la estructura geométrica. Así lo deja ver la exposición que actualmente se presenta en el Museo José Luis Cuevas y que incluye obra pictórica reciente del artista.

Abre la muestra un cuadro espléndido perteneciente a la colección del museo: Noviembre 2 (óleo/tela, 1986), alusivo al Día de Muertos. Pero el grueso de la muestra lo integran cuadros de gran formato realizados entre 1996 y el año en curso. Obras como Mariposa (óleo/tela, 1996), Grito sin eco (óleo/tela, 1998), Sombra del tiempo (óleo/tela, 2000) y Otoño (óleo/tela, 2000), nos revelan a un pintor fiel a sí mismo y a sus obsesiones. Ante nosotros se presenta nuevamente un creador de formas que, como dijo alguna vez Juan García Ponce, “son siempre reconocibles” e integran una “unidad dentro de la variedad"; un autor que con su lirismo y su poder racional es capaz de abordar incluso las atrocidades de nuestro tiempo, como lo demuestra Septiembre 11 (óleo/tela, 2002), cuadro alusivo a los ataques terroristas del año pasado.

Artista, investigador y teórico que aplica sus conocimientos en la creación plástica, Manuel Felguérez ha sentido desde siempre una gran fascinación por la máquina. Esto se hace evidente en varios de sus murales (pienso sobre todo en La invención destructiva, CONCAMIN, 1964), en los que rompe con la superficie plana al introducir en sus composiciones los más diversos objetos (pedazos de productos industriales, residuos de materiales de construcción, plástico, vidrio). Estos elementos, organizados de manera similar al interior de una máquina, adquieren un nuevo sentido como parte de la obra de arte.

El interés por la máquina llevó a Felguérez a incursionar en los años setenta en el arte de la computadora. Al tiempo que practicaba el geometrismo y conformaba su teoría sobre el espacio múltiple, se acercaba a las nuevas tecnologías para realizar el primer proyecto de arte por computadora en México; un proyecto que él mismo llamó máquina estética y que produjo piezas pictóricas, escultóricas y gráficas. Parte de la obra que realizó en aquella época se presenta actualmente en la exposición Preview, una revisión histórica . La máquina estética, en la galería de arte electrónico que lleva su nombre y que se encuentra en el Centro Multimedia del Centro Nacional de las Artes. Se exhiben pinturas, esculturas, ensambles, serigrafías, xerografías e impresiones de matriz de punto.

Estas son las tres estaciones más recientes de uno de los artistas más importantes de México, un escultor y pintor que como integrante de una generación rebelde abrió nuevos caminos para el arte mexicano. Creador que ha realizado arte público no sólo en México sino también en otros países, Felguérez es coautor del Espacio Escultórico en la Ciudad Universitaria y fue distinguido con el Premio Nacional de Artes en 1988. Asimismo, fundó el Museo de Arte Abstracto que lleva su nombre en su tierra natal. Creo que un autor de tal relevancia merece ya un homenaje nacional.