Meme
establece en su obra un lenguaje personal, honesto y vigoroso que exige una
lectura cuidadosa que nos lleva a paladear múltiples significados. Su trazo
contundente va más allá del figurativismo, y desde el primer acercamiento a
su obra revela que esconde más de una pregunta acerca de sus personajes que
empiezan a resultar complejos.
Un
dominio de la figura humana lo faculta para representar a sus personajes en
el límite de una frontera virtual entre lo caricaturizado y lo que resulta de
una carga humana dramática que inunda su pintura. Respaldado por una paleta
cromática llena de intensidad que refuerza esta idea, nos lleva a través de
la vitalidad del rojo, a un azul sombrío. Así, nos abre un camino inquietante
en el que nos vinculamos a sus personajes, que están sujetos a una mutilación
interna y se convierten en radiografías de anhelos insatisfechos.
Libre
del anclaje en el espacio y tiempo de la cotidianidad, se centra en una
fuerte carga emotiva, metáfora de la simplicidad, o tal vez ¿complejidad? del
pensamiento. Nos lleva a un paisaje en un mundo onírico, que nos remite a lo
incierto de existir; figuras suplicantes, ojeras que claman perdón,
melancólicas, indiferentes. Esta sátira mordaz del ser humano y su
pensamiento evidencia al hombre en su individualidad y a todos los hombres
conjuntados en uno mismo. Lleva al espectador a establecer un vínculo entre
el interior y el exterior de los protagonistas de su obra, un exterior que
denuncia y se debate entre la apatía y los deseos de las circunstancias que
aquejan a sus héroes internos, aviadores o circenses.
Por: Paloma
Cruz
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