jueves 17 de julio de 2008 Diálogos de María Sada con
los maestros del siglo XX El Financiero, lunes 21 de julio,
2008. Una original historia del arte
moderno en la GAM María Sada
dialoga con trece pintores que marcaron su diferencia en el siglo XX y por
eso, en su momento, cambiaron la manera de hacer, expresar y juzgar las artes
plásticas. María lleva a cabo su diálogo por el gusto de ejercitarse con cada
uno de ellos y, de esta manera, nos permite repasar la historia del arte de
ese siglo. Son trece los pintores que ha estudiado —hasta el fondo de su
alma— y una vez que los ha entendido, rescata alguno de sus aspectos
relevantes como Platón lo hizo en sus otros Diálogos sólo para recopilar las
enseñanzas de su maestro Sócrates. María lo hace con estos maestros
del XX y el resultado es sorprendente: trece obras de arte que felizmente ha
colgado en las paredes de la Galería de Arte Mexicano (GAM) para que
redescubramos la historia de las artes plásticas y disfrutemos con María el
diálogo que establece con cada uno de ellos. Estudiosa de la restauración, en
lo que fue su oficio primario, interviene a cada uno de estos artistas en
forma individual, después de haber interiorizado en su interior y saber qué
deseaban hacer o qué dejar a un lado, para que María lo traduzca y nos
ofrezca estas bellas obras, lúdicas y bien trabajadas, dejando a un lado las
flores que pintaba hace tiempo, tan parecidas a la intimidad de las mujeres,
con esas corolas que parecen estar listas para el acto sexual, como la corola
lugular con su filamento que surge erecto o la
corola papillonada de una flor voluptuosa que nos
enseña su carnosidad y sus ondulaciones, donde no podemos menos que imaginar
la intimidad de la mujer. Pero ahora María dialoga con Kandisky, quien tuvo el impulso de experimentar con los
colores y las formas para expresar su necesidad interior, tal como lo
definía, pues para ser expresivo —decía—, no era necesario representarlo con
personajes pues «el impacto de un ángulo dentro de un círculo, puede ser
parecido al efecto que produce el dedo de Dios tocando el de Adán en la obra
de Miguel Ángel». Después de interiorizarlo, María
nos ofrece uno de los cuadros más impactantes de su exposición: colores en
movimiento, manchas con los que María dialoga con ese gran artista y que sólo
pudo hacerlo «a través de la contemplación», pues así María comprendió «el
espíritu representado y el trabajo de lo que fue la primera representación
abstracta en 1910 y, hasta que entendí el movimiento de la mano y del pincel
y el sentimiento y la emoción del momento en que hizo esta obra, puede hacer
este cuadro». Es un dialogo perfecto en donde la emoción —sumadas las dos
bandas de Kandiski más la de María— pasa directa al
observador y por eso logra tal éxito que lo disfrutamos enormemente a través
de esta versión de María. Por ahí está su diálogo con Matisse, líder del fauvismo y del «sentimiento interior»
para concluir con cuatro pequeños óleos y el uso de los planos de color, tal
como lo hizo Matisse en su «Estudio rojo», los
patrones de sus telas, algunas de sus líneas y siluetas en la versión de Sada-Matisse. Kasimir Malevich
es el fundador del «Suprematismo» y aseguraba que
la realidad del arte era el producto de los sentidos y del color en sí mismo.
Por eso vemos un lino crudo, donde María sobrepuso dos imágenes: el círculo
negro típico de Malevich y la selva de lluvia de
ella, como si fuese una fotografía con una doble exposición. María dialoga con otros diez
artistas de este nivel: con el surrealista Duchamp,
autor del Desnudo descendiendo las escaleras, del que decía que no era una
pintura, sino «una expresión del tiempo y del espacio a través de la
presentación abstracta del movimiento...» o con Picasso,
Schwitters, Beuys, Warhol, Jasper Johns, Ryman y Gabriel Orozco.
Diálogos plásticos como los filosóficos de Platón. Si recorremos con calma la
exposición, caminamos en medio de los laberintos de esa original historia del
arte moderno, asombrados de la cantidad de trabajo que hubo detrás de cada
uno de estos cuadros hechos con la paciencia que sólo una buena restauradora
puede tener. Está su diálogo con Jackson Pollock en una
aproximación diferente: decidió tomar un esmalte con el mismo formato, pero
en lugar de hacerlo «action-painting»,
como lo hacía ese artista, lo hizo con el lenguaje pictórico de María, es
decir, «pintando» la tela puesta en caballete, con pincel y óleo. Un diálogo
que parecía imposible y que María lo pudo hacer perfecto y bellísimo. Con Cy Twombly el diálogo resulta mejor que la obra del maestro
—como le sucede a Platón con algunos de los suyos— y a partir del principio
de que «la línea vale por sí misma», surge un paisaje extraño, que nos
recuerda las pinturas orientales, con sus cumbres nevadas hecho en una madera
con yeso muerto y pulido y el óleo, como si fuera una placa de piedra y dos
grietas que las usa para dialogar. María Sada
nos muestra su generosidad y entrega a su arte, que todavía tiene mucho para
expresar los sentimientos interiores y sobre todo, donde puede seguir
jugando. Publicado por Martín Luis
Casillas de Alba en 6:23 Etiquetas: Cy
Twombly, Jackson Pollock, Kasimir Malevich, María Sada, Vasili Kandisky |